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ARTO TUNÇBOYACIYAN & ARMENIAN NAVY BAND

Festivales de Navarra (Iruña - Pamplona)


  • Fecha: 7 Agosto 2004
  • Lugar: Sala Sinfónica del Auditorio Baluarte
  • Asistencia: Más de media entrada
  • Hora: 20 H

  • Componentes:
    Arto Tunçboyaciyan (percusión, voces y sazabo)
    Anahit Artushyan (kanun)
    Armen Ayvazyan (kemanche)
    Armen Husnounts (saxofón tenor y soprano)
    Ashot Harutiunyan (trombón)
    David Nalchajyan (saxo alto)
    Tigran Suchyan (trompeta)
    Norair Kartashyan (blul, duduk y zurna)
    Vartan Grigoryan (duduk y zurna)
    Arman Jalalyan (batería)
    Vahagn Hayrapetiyan (teclados)
    Vartan Arakelian (bajo)
  • Comentario: No es frecuente que los festivales que pueblan el verano español tengan como contenedor la Sala Sinfónica de un Auditorio. No lo es a excepción de los que son de la llamada "clásica". Los de Navarra, que siguen sin tener una personalidad establecida, buscaron este año el refugio del juguete de moda pamplonés, el Auditorio Baluarte, un bebé que no alcanza el año de vida.

    Dentro de la fórmula de monográficos que Festivales ha desarrollado en los últimos años (Japón, Brasil...) este año el turno era para el amplio concepto cultural que implica Europa (con el subtítulo de "Cruce de Caminos"). Una serie de actuaciones (además de conferencias, gastronomía, cine...) programadas en dos escenarios: el abierto (en lo que a techumbre se refiere) de la Ciudadela y el cerrado del citado Auditorio. En este último los grandes nombres de cartel programados a la infrecuente hora veraniega de las ocho de la tarde. No parece la más adecuada cuando al día todavía le restan dos horas de luz, las mejores en días de canícula. A todo eso se suma una nula implicación de Festivales dentro de la vida cotidiana de la ciudad, lo que hace que Pamplona viva casi de refilón un festival que no aporta el deseado turismo de estos acontecimientos.

    Arto Tunçboyaciyan fue el encargado de clausurar esta nueva edición con su "Armenian Navy Band" (Banda Naval de Armenia). Una formación que en nombre contiene la esencia de su idealismo. Una banda naval en un país sin mar se convierte en la metáfora de la posibilidad de los imposibles. Arto es el reflejo público de los mejores valores del ser humano. Su triple deseo de "amor, respeto y verdad" que recogen los libretos de cada uno de sus discos lo transmite con palabra y música.

    La música de la "Armenian Navy Band" es un conglomerado de estilos que parten de uno muy básico, el folklore. El folklore armenio es el origen de la inspiración y la composición del percusionista y cantante armenio que ha convertido a estos doce músicos en una auténtica maquinaria sinfónica del folk armenio. Un a modo de big band que recoge instrumentos ancestrales y tradicionales (duduk, kanun...) junto a otros de la tradición contemporánea (trompeta, saxofón, trombón...).

    La banda desarrolló durante más de media hora la práctica totalidad de la música de su último trabajo "El sonido de nuestra vida - Parte 1: Semillas Naturales". Una larga suite entrelazada por los cambios de ritmo que el propio Arto (enfundado en una camiseta de recuerdo a su fallecido hermano y mentor Onno) y su rockero batería proporcionaban. Precisamente la batería fue protagonista inmisericorde durante la mayor parte del concierto debido, por un lado, a una lamentable sonorización del grupo y ,por otro, a las ansias percusivas del susodicho. Que la Sala Sinfónica es difícil de sonorizar es obvio, pero que las pruebas de sonido están para eso también. Durante casi una hora la música fue un batiburrillo sonoro donde la batería lideraba y las secciones se perdían. Los solistas (con un concepto plenamente jazzístico) lo eran para sí mismos hasta que el técnico de sonido abría micro a los 30 segundos de solo. Arto tuvo tarea doble: tocar y girarse a dar indicaciones a la mesa. Como broche al desaguisado, la luz. Ridículo ver cuatro focos articulados sobre el escenario moviéndose desaforadamente sin emitir halo alguno y pobre sensación ver un proyector buscando sin fortuna al solista de turno. Hasta en eso Arto llegó al hartazgo.

    El concierto, de más de dos horas de duración, ofreció momentos de gran belleza y fuerza mezclados con otros donde las fórmulas rítmicas y formales se repitieron quizá en exceso. Servidor echó en falta la parte más emocional de Arto que apareció en un par de temas en que acompañó su voz del sazabo (pequeño laúd) y en el bis final abrazado a sus compañeros de formación donde su voz emocionó sobre el colchón armónico vocal de la banda.

    El cierre de festival un lujo desaprovechado por las carencias de una organización que debería reflexionar sobre los pasos a dar por un evento que a día de hoy no es referente en la plétora de festivales veraniegos de la península. 

    Carlos Pérez Cruz