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    JAMES CARTER ORGAN TRÍO
X Jornadas de Jazz de la Universidad Politécnica de Madrid


  • Fecha: 21 Abril 2005
  • Lugar: Auditorio del INEF (Madrid)
  • Hora: 20:30
  • Asistencia: Tres Cuartos
  • Componentes:
    James Carter (saxos tenor, soprano y alto)
    Gerard Gibbs (órgano Hammond B-3, teclado)
    Eli Fountain (batería)
  • Comentario: “No es más chulo porque no entrena”. Señores, he aquí a alguien que a buen seguro sí entrena: James Carter. Embutido en un vistoso traje blanco de cuadros, con una fotografía suya proyectada al fondo del escenario y tras casi media hora de retraso el excelente saxofonista hizo acto de presencia junto a sus compañeros Gerard Gibbs y un excelente Eli Fountain que sustituía al anunciado Leonard King.

    El precioso tenor plateado de Carter arrancó las primeras notas del Rouge de John Lewis, ofreciendo una excepcional demostración de técnica al servicio del swing, la intención y el buen gusto. El de Detroit demostró un dominio del sistema respiratorio que dejó completamente anonadado al público asistente, además de un profundo conocimiento del lenguaje jazzístico. Conocimiento que también se hizo notar en el organista Gerard Gibbs, todo un maestro en el difícil arte del Hammond B-3. Tras la ortodoxia inicial, la balada Misterio sirvió para presentar el lado macarra del saxofonista, profiriendo todo tipo de sonidos percusivos, esta vez al soprano. El largo desarrollo de los temas permitía realizar largos solos y un sinfín de interludios. En este caso Carter utilizó el tradicional sistema de pregunta y respuesta con el organista para que su saxo dialogara con naturalidad. Uno de los momentos álgidos de la noche sucedió cuando sostuvo una nota ininterrumpidamente durante varios minutos mientras los acordes se iban sucediendo a su alrededor. El líder demostraba un dominio insultante de sus vientos, abarcando una amplísima tesitura y encontrando sonidos más allá de lo habitual.

    El problema es que lo bueno deja de serlo cuando se abusa de ello, y a partir de ese momento el concierto comenzó a ser musicalmente predecible y a basarse en demasiada medida en los artificios técnicos y las divertidas concesiones a la galería. El Walking the Dog de Joe McDuff tocado en shuffle vino precedido de otra introducción en la que el soprano emitía sonidos guturales, a modo de conversación entre humanos, y Carter estuvo peleando durante todo su solo con la lengüeta de, esta vez, su saxo alto. En cierto momento decidió arrancar dicha lengüeta y tirarla al suelo con descaro. Poco elegante el detalle del músico, que aprovechaba los solos de sus compañeros para limpiar las impurezas de sus vientos ¡con un billete de dólar! Como veníamos diciendo, más chulo no podía ser. La música seguía discurriendo entre los solos melódicos y trabajados de Gibbs y el soberbio trabajo de Eli Fountain, que escuchaba a sus compañeros como nadie y era capaz de variar entre un sutil acompañamiento en las baladas y el groove más rockero en los temas más cercanos al funk de los setenta (que los hubo).

    Pero para entonces Carter estaba más pendiente de cómo complacer al respetable con sus macarradas que de hacer música. Soplidos sin obtener sonido, armónicos, ruidos, bocados. Todo lo que hiciera falta con tal de tener contenta a la parroquia. Ateniéndonos al término anglosajón, James Carter estuvo mucho más cerca del papel de entretenedor (“entertainer”) que del de artista. Y fue una pena. Casi dos horas de concierto donde la calidad brotó a borbotones, pero que sin duda podían haber dado más nueces y mucho menos ruido.