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THE ZAWINUL SYNDICATE
Jazz En la Costa

  • Fecha: 20 de Julio de 2005.
  • Lugar: Parque El Majuelo (Almuñécar), Granada, España
  • Componentes:
    Joe Zawinul: Teclados y voz.
    Arto Tunçboyaciyan: Percusión y voz.
    Alegre Correa : Guitarra y voz.
    Linley Marthe: Bajo eléctrico y voz.
    Karim Ziad: Batería.
    Sabine Kabongo: Cantante.
    Aziz Sahmaoui: Percusión y voz.


© Diego Ortega Alonso

  • Comentario: Fue inmensa la expectación que se tenía ante la visita de Joe Zawinul y su sindicato de músicos del mundo; de hecho fue en este concierto donde más público se reunió, y el primero en agotar las localidades, con al menos una semana de antelación.

    En esta ocasión, el vienés Zawinul venía acompañado de músicos de lugares tan dispares como Armenia (Arto Tunçboyaciyan), Brasil (Alegre Correa), Islas Mauricio (Linley Marthe), Nueva York (Karim Ziad), Marruecos (Aziz Sahmaoui) e India (Sabine Kabongo). Pese a la distancia geográfica entre el origen de los citados músicos, el proyecto que presentaron sonó lo suficientemente sólido como para pensar que la música, como arte, no entiende de nacionalidades.

    El comienzo del concierto estuvo a cargo del propio Zawinul, que a golpe de órgano sentó las bases para que el marroquí Sahmaoui comenzara a imitar el quejío inicial de una soleá (digamos que de forma “poco ortodoxa”), y, ante la sorpresa de unos, el estupor de otros, y la gracia general de todos, entonara un francófono “libre, libre quiero ser, quiero ser quiero ser libre” de los Chichos. Esta intro de Sahmaoui podría ser el equivalente a introducir, en una actuación del Vision Jazz Festival, con el “What a wonderful world” con acento alemán… Entenderlo sin un toque de humor sería cometer un error de base.
    Después de esta jocosa introducción, y despertando los aplausos del público, el sindicato comenzó a hacer de las suyas, interpretando temas del repertorio del último disco Zawinul´s Birdland, que comenzaron con una composición cargada de ritmos de acá y de allá, y cantada por el propio Sahmaoui. Zawinul no dejaba de dar indicaciones a sus músicos, haciendo de auténtico showman, disfrutando de lo lindo y contagiando al personal. En el segundo tema salió a escena una Sabine Kabongo ataviada con un tradicional vestido de un naranja vivo, que hacía que todas las miradas se centraran en ella. Sin embargo, he de decir que fue ella quien menos me cuadró musicalmente con el resto de los músicos, puesto que, pese a la potencia de su voz, a mi parecer se excedió en el uso del vibrato y, a veces, imprimía a su voz una potencia desmesurada que no terminaba de encajar con el resto de la formación. Cierto es que cuando lograba encuadrarse en los imprecisos márgenes lógicos que delimitaban las piezas musicales, su voz complementaba a las mil maravillas la estructura del tema. Pero esto sucedió la menor parte de las veces.

    Sin embargo, el hecho de que todos, ya fuera individualmente o haciendo coros, pusieran sus voces en los distintos temas que interpretaron de forma impecable, llevaba inevitablemente a comparar éstas con las participaciones de Kabongo, y a pensar en el descuadre al que he aludido. En un principio (y aparte de la propia Sabine Kabongo), el protagonismo vocal recayó sobre Sahmaoui, que se lució con sus facultades, cantando en su idioma autóctono (al igual que la Kabongo cantaba en el suyo). Sin embargo, aún no había entrado en escena la voz de Arto Tunçboyaciyan y cuando lo hizo, lógicamente, el espectáculo tomó la perspectiva intimista que sólo el armenio es capaz de imprimirle a una melodía. Cubierto bajo su inseparable gorra, Arto comenzó a conectar fraseos con su personalísimo estilo que llevó a la audiencia a un vuelo sonoro realmente precioso.

    Sin embargo, Tunçboyaciyan no sólo hizo gala de unas magníficas cualidades vocales, también nos demostró lo gran percusionista que es. Y Zawinul puede estar orgulloso de contar con la sección rítmica que se incluye en su actual sindicato, porque Ziad, Tunçboyaciyan y Sahmaoui estuvieron magníficos, arrolladores, íntegramente compenetrados. Y eso, claro está, fue esencial para el gran nivel de la velada musical.

    Uno de los momentos cruciales, quizás el mejor del concierto, fue cuando los músicos dejaron solo en escena al bajista Linley Marthe. Éste comenzó a interpretar una pieza en solitario en la que el público (incluido un servidor) se quedó literalmente extasiado ante la increíble destreza del bajista, y su maestría al frente del instrumento. Es difícil de describir un momento de tantísima calidad interpretativa, pero los saltos que daba en la parte trasera del escenario el marroquí Sahmaoui pueden ser lo suficientemente descriptivos como para situar en escena a quien no presenció ese prodigio del bajo en directo. Sencillamente, fenomenal.

    El virtuosismo del brasileño Alegre Correa pasaba por resultar sospechosamente similar al sonido que John McLaughlin imprimía a su guitarra en discos como Bitches Brew u On the Corner, treinta y tantos años atrás, sobre todo en los acompañamientos que realizaba sobre una sola nota, dándole al sonido de conjunto un toque algo funk. Pero Correa también tuvo su momento vocal, y siguiendo uno de sus solos con sonidos que pronunciaba al micro, posteriormente se enzarzó en un tema en el que pudo utilizar su voz rasgada de manera solvente.

    Y Zawinul también cantó, por supuesto: el protagonismo del concierto recaía esencialmente en las voces de sus intérpretes y en la estupenda percusión, todo ello impregnado del órgano del músico nacido en Viena, que disfrutaba de lo lindo aplicando distorsiones varias, incluso a su propia voz, en diálogo constante con el resto de los músicos. El público disfrutó de un concierto en el que el espectáculo y la música fueron de la mano en todo momento, y tras dos horas largas de concierto ininterrumpido, el grupo se despidió sin conceder ningún bis: seguramente ya iba incluido en el paquete servido antes de despedirse entre la ovación de quien quería más.

    Texto y fotografías por Diego Ortega Alonso.