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AVISHAI COHEN TRIO

  • Fecha: 10 de noviembre de 2006.
  • Lugar: Auditorio de Zaragoza. Sala Multiusos.
  • Componentes:
    Avishai Cohen: Contrabajo.
    Shai Maestro: Piano.
    Mark Guiliana: Batería.
  • Comentario: En la carta de ofertas de la sala para comer y para beber podía leerse: “Combinados de importación: 6 €”. Fascinado por el aura de exclusividad y de buen hacer que tiene lo foráneo, por supuesto siempre superior a lo patrio más familiar y en absoluto sugerente, inquirí de la elegantísima camarera (o azafata de congresos, que en estos lugares a caballo entre lo municipal y lo discotequero, nunca se sabe) la completísima lista de ginebras cuya promesa ya estaba licuándonos los hígados a Teresa y a mí. Su lacónica respuesta de tres sílabas dejó en mí un rastro espectral, como en el Cuervo de Poe.

    Pero mi decepción no mataba a la esperanza y, tras bajar la guardia y viendo venir el demoledor sidewinder, escuché de nuevo las tres sílabas antivegetarianas, seguidas también de tres palabras de lo más desagradable: “Sólo tenemos esa”. ¡Dios mío, de nuevo Poe!: Only this and nothing more. Al primer trago de la peor colonia, me pasé a la cerveza zaragozana. De la colonia cayó todo el tubo. Os recuerdo que eran 6 euros.

    Hora y pico más tarde y ya hipnotizados por el hacer de los tres músicos, que en ese momento estarían en pleno desarrollo de “One for Mark” o de algún tema similar del disco Continuo, mi amigo Javier me miró con cara de satisfacción y, dibujando con la mano una espiral ascendente en el aire, que seguía el ritmo de su cabeceo, buscó mi complicidad afirmativa al decir: “¡Cómo suben! ¿No?”. “Sí”, respondí yo, seguramente con una expresión beatífica similar, “Es muy emocionante”.

    Aquello fue como si el mentalista hubiera contado hasta tres y hubiera chasqueado los dedos. Desperté del sueño con la misma brusquedad de un rato antes, cuando soñaba con marcas de ginebra. Había acertado con el adjetivo “emocionante” pero me daba en la nariz que había gato agazapado −o muerto, no sé− tras esa emoción. Metí la pata al no seguir embarcado en el viaje que los tres músicos nos habían preparado, pues debería haber seguido ensimismado −Adorno dixit− como, a juzgar por sus caras, el resto de los convocados al conjuro. Igual daban las mesas redondas y el impostado ambiente de club: todo el mundo miraba hacia el retablo de las maravillas con asombro y alineados como olivitos en una ladera.

    Lejos de un concierto de jazz, el concierto de Avishai Cohen Trio fue un espectáculo melodramático en forma puzzle con pocas piezas, ya numeradas por detrás. Soy absolutamente negado para los puzzles y no tengo nada en contra del melodrama (Buñuel, Eastwoood, Pollack), siempre y cuando no me lo disfrazen de otra cosa. Imaginad a Avishai solo en el escenario con un solo foco iluminándole. Imaginadlo imitando con el arco sobre las cuerdas las formas de alguna melodía semítica tradicional, como acompañamiento de una salmodia cantada por él mismo.

    En algunos momentos me acordé de Richard Bona. A punto para el término de la liturgia, entraban los acompañantes para elaborar un desarrollo cíclico y en crescendo con una mínima progresión de acordes que, para ese momento, ya estaba perfectamente interiorizada por los oyentes, de la misma forma que la melodía. Para aumentar la dureza de las escarpias como pelos, se procedía a algún trasvase de este esquema a una tonalidad más aguda y quizás, para terminar, a una vuelta al recitado salmódico inicial.

    Aunque había espacio para solos, poco se podía decir con esquemas tan simples en la base armónica. Este plato se servía, eso sí, con endiablados compases muy marcados, pero que dejaban poco espacio para el swing. Dentro de este estrecho marco y para deleite del respetable, los solos de Avishai, lejos de ofrecer discursos de inventiva melódica, tenían que recurrir a usar el armario como conga, a entresacar de las cuerdas espectaculares cadenas de armónicos o a bajarse a pulsar entre el puente y el cordal. Construcción cero, pero la espectacularidad ganaba por puntos.

    Algo parecido se podía decir de Shai Maestro, para mi gusto mejor pianista que Sam Barsh, a pesar de no ser manco este último. Maestro dio muestras de tener su oficio muy bien aprendido, de poseer una gran independencia en las manos y de tener una mano izquierda diabólica, que valía ella sola por toda una sección rítmica. Pero ahí precisamente era donde venían a confluir las intervenciones del pianista: en meras exhibiciones rítmicas.

    Mayores muestras de sutileza pudo ofrecer Marc Guiliana en sus escasas intervenciones en solitario. Estas y un acompañamiento más sugerente que machacón −en los temas donde era posible y los esquemas pop no se lo impedían−, me hacen desear verlo tocar con acompañantes que aporten un poquito más de transmisión.

    Hablo de sutileza y se me ocurre que bien pudiera ser ésta una de las condiciones inexcusables del arte que nos ocupa. Hay que tener cosas que decir sobre temas donde toda una tradición ha metido baza y ha dicho; ser transmisor y tener voz propia. Hay que tener cosas que decir, pero no decirlas todas y no decirlas nunca del todo, para dejar que el oyente disfrute del placer de la conversación difusa con el músico. It don’t mean a thing si no tiene esa sutilidad. Y es que las viejas definiciones me siguen pareciendo válidas: aquella de Ellington; esta de Lunceford: Tain’t what you do, it’s the way what you do it. Pero ahí estaban esos tres magníficos músicos, empeñados en el qué y olvidándose de cómo.

    La primera parte del programa la ocupó el grupo ZGZ Reunion. Pero prefiero sustituir mi comentario por un viejo chiste que me contó en el Johnny hace muchos años un viejo aficionado americano. No había querido denunciar al casino de su ciudad, y de hecho siguió jugando allí, cuando supo que los dados estaban trucados. Como él decía, encogido de hombros y partido de la risa: “Era el único casino que teníamos”.

    En verdad disfruté en el concierto de Avishai Cohen de una música muy bien tocada, pero no me entraron ganas de seguirles por media Europa para verlos noche tras noche como hizo Jorge LG siguiendo a Jarrett. Sería ver una y otra vez al mismo conejo saliendo de la misma chistera sin que ni siquiera se molestaran en cambiarle el color del lazo.

    Oliverio Girondo nos advirtió hace años de que “no hay que confundir poesía con vaselina”. Sustituyamos “poesía” por “jazz”, si es que la primera no es hiperónimo de la segunda, y digamos amén. Pero ahora que lo pienso, ¿quién soy yo para dar diplomas de jazz, si ni siquiera conozco el correcto significado del sintagma “Combinados de importación”.

    © 2006 Pedro J. García