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ORNETTE COLEMAN

  • Fecha: Viernes, 9 de julio de 2007.
  • Lugar: Royal Festival Hall, Londres.
  • Componentes:
    Ornette Coleman: saxo alto, trompeta y violín.
    Tony Falanga: contrabajo.
    Charnette Moffett: contrabajo.
    Al McDowell: bajo eléctrico.
    Denardo Coleman: batería.

    Teloneros: Byron Wallen Trio.
  • Comentario: El concierto se presentaba en la prensa británica como un acontecimiento histórico –aunque eclipsado por las noticias que llegaban de Wimbledon y las amenazas terroristas que pendían sobre la capital–. El remozado Royal Festival Hall había acogido un día antes al cuarteto del histriónico Cecil Taylor, que incluía al multiinstrumentista Anthony Braxton. Parecía imposible llegar más allá, pero el grupo de Ornette Coleman (un cuarteto que a última hora resultó ser quinteto, al sumarse Moffett) rebasó, a nuestro modesto entender, las extralimitaciones de Taylor y los suyos.

    Un Coleman despacioso y al parecer desorientado saludó al público en un hilo de voz casi inaudible. Pero como aquel Stéphane Grapelli al que vimos en Málaga en uno de sus últimos conciertos, que caminaba ayudado por su contrabajista, o el Lionel Hampton que nos visitó hace quince años, el cansado Coleman –a quien los dioses den muchos años de vida y salud–, respaldado por la estruendosa y eficaz máquina que es su banda, se transfiguró en el fiero y audaz saxofonista de siempre. Apenas tocó el violín y todavía menos la trompeta. Brilló su saxo.

    Si bien es verdad que el sonido de su grupo actual parece condensar lo más granado de su carrera, esta suerte de recapitulación no se lleva a cabo de forma artificial y anodina, como sucede con algunas figuras consagradas, dormidas en los laureles, sino que es el resultado de una meditada decantación a través de mil y un arriesgados experimentos con formaciones de lo más diverso. Una experimentación cuyos frutos podrán ser desiguales, pero cuyas últimas consecuencias –corran a buscar su Sound Grammar, pero sobre todo no se pierdan sus contados conciertos– son la brillantez expresiva, la plenitud melódica, el sólido directo, cuya contundencia no disimula esa melancolía y hasta fragilidad características del fraseo desgarrador de Coleman.

    Su predilección por un acompañamiento atronador –y hablamos de acompañamiento porque, si bien el grupo se debe a una "democracia" musical en la cual la expresión individual es paradójicamente el vínculo con los demás, hay un núcleo creativo y ése es Ornette Coleman, que hace las veces de surtidor melódico. Su gusto por un acompañamiento contundente y casi diríamos "ruidoso", en el que se insertan sus melodías, frágiles de puro cristalinas, recuerda a aquel joven Glenn Gould que a menudo, en casa, tocaba el piano mientras sonaban, a todo volumen, dos o tres radios sintonizadas en diferentes frecuencias. De este modo, para oír a Bach o Beethoven, Gould entraba en una suerte de éxtasis musical, tocaba la música con sus dedos.

    Sólo en una ocasión se desplazó significativamente el protagonismo harmolódico –diríamos, por emplear la jerga ornettiana– en el concierto de Londres: Falanga interpreta al contrabajo el preludio de la Suite nº 1 para cello de Bach, y en la segunda vuelta se suma la banda, espigando frases, "asediando" la pieza original, a la que se le añaden auténticas veladuras sonoras.

    Denardo Coleman y Charnette Moffett aportaron la contundencia –y hasta la estridencia–, mientras Falanga y Al McDowell tocaron de modo más sutil y comedido, recogiendo en los fraseos de bajo eléctrico y contrabajo el testigo del saxofonista.

    Suenan clásicos compuestos por Coleman, como "Turnaround" o el bis, «dedicated to all ladies», "Lonely Woman". El público ovacionó al maestro por esta inolvidable jornada y, acaso, por algo, mucho más. Qué cosa tan rara, la belleza.

    Texto © 2007 Alberto Marina Castillo