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ELIANE ELIAS / RON CARTER QUARTET
365 Jazz Bilbao

  • Fecha: 06 de octubre / 16 de octubre de 2008.
  • Lugar: Teatro Arriaga / Sociedad Filarmónica (Bilbao (Vizcaya)).
  • Componentes:
    Eliane Elias:
    Eliane Elias: piano, voz.
    Marc Johnson: contrabajo.
    Rafael Barata: batería.
    Rubén de la Corte: guitarra
     
    Ron Carter Quartet:
    Ron Carter: contrabajo.
    Stephen Scott: piano.
    Payton Crossley: batería.
    Rolando Morales-Matos: percusión.
  • Comentario:
    Hablemos del público, ese elemento tan voluble, que es en realidad lo más importante cuando se trata de una actuación. Porque es el público, precisamente, quien protagonizó involuntariamente los dos primeros conciertos del 365 Jazz Bilbao dentro de su sección “Gold Jazz”. No hablo de algún tipo de participación popular o de una postura activa con respecto a la música, sino de la importancia que, tanto Eliane Elias como Ron Carter, dan a su audiencia a la hora de diseñar un concierto. Sus carreras están consolidadas y ambos se manejan con facilidad tocando para un público que sabe lo que quiere ver y, en definitiva, lo que va a ver. Salirse del guión sería una necedad, algo totalmente contraproducente e innecesario para músicos tan bien situados en el mainstream.
     
    Eliane Elias desembarcó en el Teatro Arriaga para presentar su nuevo homenaje a la bossa nova (que probablemente no será el último), acompañada de un cuarteto en el que destacaba su marido, Marc Johnson. La pianista ha encontrado su lugar en este difícil mercado como una especie de Diana Krall de segunda, con el factor del mestizaje latino como elemento diferenciador. La fórmula está clara y funciona, o sea que tampoco hay que romperse mucho la cabeza para afrontar un directo.
     
    En Bilbao esa fue la premisa: todo muy masticadito, planeado y sin dejar hueco a lo inesperado. Los temas se sucedieron sin alterar demasiado los tempos, el carácter e incluso la construcción de los solos, que rezumaban banalidad por los cuatro costados. Todo en su sitio y sin sobresaltos.
     
    Sabiendo que esto al público le gusta mucho, la pianista cantó en la mayor parte de temas, aprovechándose de su dominio del repertorio brasileño. El problema es que Elias no tiene una voz atractiva, ni canta particularmente bien, con lo que uno no podía evitar hundirse lentamente en la butaca. Haciendo una asociación imposible, podemos decir que Astrud Gilberto también cantaba horrorosamente mal, pero su voz tenía cierta carga sexual y, además, era la mujer del jefe.
     
    Y el concierto seguía, tan agradable como exasperante, con vocación de hilo musical de clase alta. La sonorización fue jugando varias malas pasadas a los acompañantes de Elías, en especial a Marc Johnson, que tuvo que enfrentarse a un sonido horrendo que llegaba a saturar en ocasiones. Suya fue la única gran intervención de la noche, con un precioso solo que tocó en el clásico “Desafinado”. El batería Rafael Barata estaba implicado, aunque no demasiado adecuado en según que tema, y el guitarrista Rubén de la Corte se vio sometido a un rol tan superfluo que resultaba humillante en algunos momentos.
     
    Los temas elegidos se vieron en su mayoría tratados a ritmo de bossa nova, haciendo que composiciones tan diversas como “Chega de Saudade” o “They Can’t Take That Away From Me” (muy fina, por cierto) sonasen realmente parecidas. De hecho todo el repertorio sonaba demasiado parecido, a excepción de un medley de Bill Evans tras el que llegó el momento delirante de la noche: Elias, con un aire de diva venida a menos, se levantó del piano micrófono en ristre y cantó la letra de “A Sleepin’ Bee” que escribió Truman Capote, mientras hacía leves (pero torpes) contoneos por el escenario. Aquello ya estaba perdido.
     
    Elias es una buena pianista, con técnica y lenguaje suficientes para dar un gran recital jazzístico. Su concierto fue agradable, pero anodino, llegando a rozar lo sonrojante en algunos pasajes. Quizá si se hubiese concentrado más en el piano y menos en la voz las cosas hubiesen sido diferentes, pero el producto que vende la brasileña está muy definido, y es exactamente el que presentó en Bilbao.
     
    Ron Carter es uno de los grandes del contrabajo moderno, y su sola presencia en un escenario es interesante. Con otro homenaje a la bossa nova (cosas del 50 aniversario) recién editado, el repertorio que tocó no bebió en exceso del genero y fue considerablemente mas variado que el de Eliane Elias.
     
    Una vez más, la sonorización jugó una mala pasada al grupo, haciendo que nos preguntásemos quién y en qué circunstancias maneja el sonido del festival. La principal víctima fue casualmente el músico más destacable de la noche: Stephen Scott. Scott es uno de los pianistas más infravalorados de su generación, maltratado por las discográficas y refugiado desde hace tiempo en una carrera como sideman impecable. Pianista de Sonny Rollins durante diez años, nunca ha dejado de grabar y actuar junto a Carter, una especie de padrino musical para él (en dos de sus CDs como líder, Aminah’s Dream y Vision’s Quest, era Carter precisamente quien acompañaba a Scott al contrabajo).
     
    El mítico contrabajista ejerció en todo momento un liderazgo moderado pero firme, dando prioridad a un público ávido de nuevas experiencias, pero no demasiado nuevas. Afortunadamente, todo estaba medido al milímetro pero empapado de la clase y el swing que faltaron en el show verbenero de Eliane Elias.
     
    Carter posee un sonido maravilloso, casi perfecto, y su afinación es tan exacta que deja sin palabras. Sus momentos solistas, que no fueron pocos (aunque menos de lo que cabía esperar), tuvieron de todo: desde el virtuosismo a la elocuencia pasando por algunas concesiones un tanto sobadas a una audiencia que solo quería disfrutar; y vaya si lo hizo.
     
    De todas formas, fue Stephen Scott el único que alcanzó momentos realmente brillantes a lo largo del concierto; donde todo era una agradable y parsimoniosa sesión de jazz tradicional, el papel del pianista realzaba el conjunto, y sus solos se elevaban regalándonos destellos de creatividad realmente grandes. Frases deliciosas que recordaban a dos de sus grandes influencias: Herbie Hancock y, sobre todo, Ahmad Jamal.
     
    Desgraciadamente, a los dos percusionistas les sobraba todo el volumen que le faltaba al piano, y la cosa salió como salió. El batería Payton Crossley tuvo un papel secundario y difuminado, una pena teniendo en cuenta la calidez de su drumming y su sonido aéreo y sofisticado.
     
    El elemento que causaba el desequilibrio era el percusionista portorriqueño Rolando Morales-Matos, un habitual del grupo Imani Winds curtido en centenares de frentes, incluidos los glamourosos musicales de Broadway. Su presencia en el cuarteto de Carter es cosa de la última grabación de éste, Jazz & Bossa, y aunque sin duda su participación en el concierto fue muy colorida, también fue muy poco apropiada. El percusionista, con aires circenses e instinto desorientado, daba golpecitos aquí y allá sin mucho sentido, de manera desagradable, errática y, en definitiva, sin escuchar al resto del grupo. Y así no se puede tocar jazz.
     
    Eso sí, la gente estaba de lo mas entretenida con ese hombrecillo sonriente y peculiar que protagonizó gran parte del concierto sin corresponderle, con sus cacharritos y sus gestos inundando de superficialidad los esfuerzos de sus compañeros. Incluso el propio Carter parecía encantado con el percusionista, dado el papel que éste adoptó durante toda la actuación. Una vez más, el respetable por encima de todo; y un tipo como Ron Carter sabe bien el espectáculo que tiene que darle.
     
    Tampoco hay que negar que vivimos momentos fantásticos, como algunos fragmentos del titánico medley que abrió el concierto (con un Scott delicioso durante el “Flamenco Sketches”), el “My Funny Valentine” en el que, una vez más, Scott brilló con luz propia en un solo magistral lleno de citas (durante el que llegó a incluir la melodía completa de “Angel Eyes”, “When I Fall In Love” y “Cheek To Cheek”) o el sofisticado “Bag’s Groove” que sirvió de bis.
     
    Así que el público, que se supone que es el que manda, tuvo lo que le apetecía escuchar: dos conciertos que tenían más de amenización que de música creativa, y que cumplieron las expectativas de la mayor parte de asistentes. A buen entendedor…

    © 2008  Yahvé M. de la Cavada