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DENNIS GONZALEZ YELLS AT EELS con RODRIGO AMADO

  • Fecha: 11 de noviembre de 2009.
  • Lugar: Sala Clamores (Madrid).
  • Componentes:
    Dennis Gonzalez: trompeta
    Rodrigo Amado: saxo tenor
    Aaron Gonzalez: contrabajo
    Stefan Gonzalez: batería
  • Comentario:

    Cosas que aprendimos en Dallas

    Había poca gente en el concierto de Yells at eels, y deberíamos tomarlo en cuenta. Cierto es que la fecha no era buena, que coincidía con otras actuaciones y que no fue demasiado publicitado, pero no deberíamos dejar pasar la ocasión para subrayar hasta qué punto las propuestas innovadoras (o las simplemente diferentes) cuentan con grandes dificultades para llegar no ya a un público masivo sino a uno especializado. Probablemente esta ausencia de espectadores no sea más que otra señal de que el oyente se ha hecho muy conservador, pero habremos de convenir, en ese caso, que no deja de resultar paradójico: cuando tenemos más música y más información a disposición que nunca, gracias a Internet, el público termina refugiándose en lo conocido.  

    Dennis González: “Siempre hemos tenido problema con eso: ya hace muchos años los periodistas escribían que Dennis González era muy radical, de modo que la gente, antes de escucharme, piensa que voy a ser bien free, y luego, cuando ven lo que hago, terminan diciéndome que tengo mucho melodía. Sí, la audiencia suele ser conservadora, pero estoy seguro de que si nos escuchan se van a meter en nuestra onda”.

    Pues quizá sea fácil que el público se meta en su onda, pero lo que no resulta sencillo es definirla, porque no hay etiqueta que puede catalogar con justeza esa mezcla de los sonidos hardcore que impone la base rítmica, las influencias de Chicago que se aprecian en el saxo de Rodrigo Amado y la serenidad melódica hacia la que tiende siempre que puede Dennis González. Y, sin embargo, tal mezcla recoge con bastante precisión algunas de las tendencias crecientes entre la música contemporánea.

    Así, que Dennis toque con sus hijos, que provienen de una tradición musical tan distinta, no sólo es producto de una decisión familiar, sino que tiene que ver con un impulso hibridatorio cada vez más presente. Y, en gran medida, eso fue el concierto del Clamores, un intento de aunar músicas de diversas épocas en un suelo nuevo, una tentativa de traer a casa toda clase de sonidos con el objetivo de construir algo diferente.

    “El nuestro es un estilo bastante esotérico. Que parecen entender muy bien otros públicos, como los punk, quizá porque tiene cositas de hardcore y de jazz…A nosotros nos bailan, no sé cómo lo hacen pero bailan en nuestros conciertos… Lo cierto es que en el jazz no tenemos cosas así , singulares, que hagan saltar a la gente y que les hagan decir que se encuentran ante algo nuevo. Y pienso que esto es algo que nosotros sí estamos haciendo; creo que vamos a establecer algo en una nueva dirección. Y eso en disco se nota, pero en vivo se oye un poco más”.

    Lo llames novedad, cambio o hibridación, lo cierto es que González tiene razón: sea lo que sea, en directo se nota mucho más. El tono enérgico de sus discos, incluyendo ese The Great Bydgoszcz Concert (Ayler) que define el sonido de la banda, se vuelve mucho más rudo e inmediato en escena, como si hubieran dejado salir a los demonios y trataran de devolverlos al redil durante las casi dos horas que duró el set. Un tono, avisa González, que es fruto del trabajo:

    "Dejé de tocar durante cinco años y un día mis hijos, que habían ido en otra dirección musical,  me dijeron, bueno, mira, por qué no tocamos juntos. Les dije que sí, pero no tenía ni idea de cómo iba a salir, de modo que hicimos un poco de research, y todo fue muy bien, muy espontáneo. De repente empezaron a escucharme y y comenzaron a tratarme no como padre sino como músico. Y yo tengo mucho respeto por ellos porque tienen algo de lo que carezco, ya que yo vine al jazz para tocar jazz y ellos llegaron al jazz para tocar música, sin importarles las etiquetas. De modo que ensayamos mucho, hasta que hace unos dos años me di cuenta de que entendía cómo tocar con ellos y ellos entendieron cómo tocar conmigo. Ellos se levantaron y yo me puse a su nivel".

    El otro gran asunto que un concierto como el de Yells at eels hizo evidente es la gran marca que el origen geográfico deja. Dennis y sus hijos viven en un entorno poco regulado por las interacciones habituales entre músicos: en Dallas no hay una de esas grandes escenas donde el contacto acaba configurando un estilo reconocible conformando un ramillete de normas no escritas sobre qué les está permitido hacer a los músicos y sobre qué sonidos son válidos y cuáles deben evitarse. Dennis vive en Texas, un sitio difícil para hacer free donde ese contacto codo con codo no está presente.

    "En Dallas somos los únicos. Cuando alguien del free jazz viene por allí, siempre nos llama. Son más de treinta años de estar allí cada día (ríe). Cuando voy a Nueva York mis héroes me dicen que les gusta mucho que vaya por allí porque llevo un cambio. Ellos están allí juntitos en una escena, tocando y peleando, tocando y peleando… También la escena en Lisboa es así… Pero yo no tengo nadie con quien pelear en Dallas, sólo puedo hacerlo con técnica y con mi trompeta…Y creo que eso me ha hecho crecer mucho, ya que, como tengo las cosas lejos, siempre tengo hambre de oír cosas nuevas. Además, en Nueva York uno se cansa de tanta música y de tantos músicos, allí eres uno de 200-300 y en Dallas soy uno de 4 ó 5. De modo que nos hemos visto forzados a hallar nuestra propia cosa".

    Pues esto es lo esencial: quienes están fuera de las escenas principales no tienen más remedio que fijarse en sí mismos y por eso, a la hora de fijar su diferencia, y ya que no pueden recurrir a la interacción, deben hacerlo buscando un estilo más personal. Estar lejos de los centros de influencia tiene muchas desventajas, entre ellas de la de fijarse demasiado y demasiado tarde en lo que se hace en las grandes ciudades, con el habitual resultado de forjar sólo pálidas imitaciones de los sonidos que una vez estuvieron de moda. Pero también posee algunos elementos positivos, porque obliga a enfrentarse a lo conocido y a buscar un espacio propio. Quizá por ello, a la hora de establecer innovaciones, las ciudades con una escena fuerte ya no tienen tanta ventaja. Y la música de Yells at eels, este jazz Maverick, surgido de una doble distancia (la estilística, dado lo lejos que están los sonidos que propugnan de la música más conservadora, y la geográfica, la que separa Texas de los núcleos mediáticos del jazz) lo demuestra: salido de todas partes, no reside definitivamente en ninguna. Quizá porque el único lugar que puedan entender como propio es aquel que ellos se construyan.


    Texto © 2009  Esteban Hernández