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SPLITTER ORCHESTER

  • Fecha: 27 de noviembre de 2010
  • Lugar: Radialsystem (Berlín, Alemania)
  • Componentes:
    Liz Allbee: trompeta
    Boris Baltschun: ordenador
    Burkhard Beins: percusión
    Nicholas Bussmann: violonchelo
    Anthea Caddy: violonchelo
    Clare Cooper: arpa y guzheing, dirección artística
    Anat Cohavi: clarinete bajo y saxo soprano
    Werner Dafeldecker: contrabajo
    Mario de Vega: electrónica
    Axel Dörner: trompeta
    Kai Fagaschinski: clarinete
    Helena Gough: ordenador
    Robin Hayward: tuba
    Steve Heather: percusión
    Chris Heenan: clarinete contrabajo
    Hilary Jeffery: trombón
    Matthias Müller: trombón
    Morten J. Olsen: percusión
    Penelopex: grabaciones de campo, electrónica
    Simon James Phillips: piano
    Ignaz Schick: giradiscos, objetos
    Michael Thieke: clarinete alto, clarinete
    Clayton Thomas: contrabajo, dirección artística
    Sabine Vogel: flautas

  • Comentario:




    La libreimprovisación, la expresión musical más personal e individual posible, siempre ha sido un enorme reto para las grandes formaciones. En Europa, desde la eclosión de la free music en los años 60, ha habido varios intentos de encontrar la aleación definitiva, la que haga funcionar la libertad personal con la composición (es decir, con límites); la que combina lo abstracto heredado de la música contemporánea con la virulencia que venía desde Estados Unidos en forma de free jazz. La mezcla perfecta aún se busca, con o sin dirección, y en ese proceso de investigación es donde reside el sentido de juntar a tanta gente para tocar casi desde cero, sin partituras.

    A Clayton Thomas (contrabajo) y Clare Cooper (arpa y guzheing), músicos de origen australiano y residentes en Berlín desde hace 4 años, les pareció que como libreimprovisadores que son lo más natural del mundo era reunir a 24 músicos cercanos musicalmente y también residentes en la capital alemana y formar una nueva orquesta de improvisadores: The Splitter Orchester, que nació el pasado mes de abril con el apoyo del club Ausland, uno de los centros de la creación experimental de la ciudad. De esa forma continuaban lo aprendido como directores artísticos durante más de una década de la Splinter Orchestra en Sidney, y además daban respuesta a una inquietud: ¡algo se tenía que hacer con la magnífica escena musical berlinesa! Algo tenía que pasar en una ciudad que permite el desarrollo artístico - hay espacios, alquileres bajos y comida barata – y que en su día albergó en plena Guerra Fría uno de los ejemplos más rompedores e interesante de big bands para improvisadores como la Globe Unity Orchestra, dirigida por el pianista Alex von Schlippenbach y con Peter Brötzmann como una de sus máximas figuras. Eso sí, estilística y conceptualmente distan mucho una de la otra, principalmente porque las circunstancias políticas eran entonces muy diferentes y porque la canalización de la violencia de los años 60 hoy ha sido substituida por una tensión que confronta silencio y ruido. Eso sí, la intención de implicar al público en la creación musical sigue intacta.



    Entre de los 24 músicos escogidos por Thomas y Cooper, hay algunos de los mejores improvisadores del panorama actual europeo -como Axel Dörner, Hilary Jeffery, Burhard Beins, Ignaz Schick o Sabine Vogel o el mismo Clayton Thomas-, en su mayoría expertos en técnicas extendidas y bien instruidos en la música aleatoria y todo tipo de ramificaciones de la electroacústica, capaces de tocar muy bajito. La diversidad de nacionalidades hace que el grupo sea muy heterogéneo pero eso no le quita disciplina, como pudo verse en el concierto, para generar un sonido propio y colectivo, aunque muy poco alemán, difuso culturalmente -¿es el reflejo de la multiculturalidad actual de Berlín o viene provocado por el propio proceso musical?-, casi apátrida -¿europeo?-, y sin director. ¿Se puede conseguir trabajar de la forma más grupal posible y que todo salga de un proceso de toma de decisiones colectivo? “Pues sí”, clamaba Thomas antes del concierto. “Hemos ensayado durante 6 días seguidos durante 7 horas cada día. Hemos hablado mucho de cómo y qué tocar”. Finalmente el repertorio acordado para la noche de su puesta de largo combinaba la música espontánea con composiciones abiertas. Aunque siempre ha existido la mediación de los directores artísticos –directores en la sombra-.



    El concierto consistió en dos sets de varias piezas cada uno en las que iban combinando diferentes tipos de composiciones para improvisadores. Empezaron con fuerza demostrando su poder grupal y trabajando brevemente por secciones, los vientos, la parte electrónica, las cuerdas, dando a entender que el público no tendría escapatoria ante su grandeza sonora. Con un magistral control del silencio y de la duración de las intervenciones, con concisión, cero especulación, el sonido era el máximo protagonista.



    La segunda pieza en cambio, en la que desarrollaron una obra abierta en la que las intervenciones individuales debían tener un tiempo de retraso previamente pactado, atrancó la musicalidad y colocó a todos los músicos en un terreno demasiado cómodo, un muestrario de técnicas extendidas en la que no se trabajó lo suficiente en las dinámicas. Cosa que cambió en la tercera pieza, donde sí volvieron a dar grasa al conjunto, desembozar las tuberías, y poner algo más de arrebato y expresión aunque nunca apostaron por crear momentos de clímax, como si pretendieran huir de ciertos clichés expresivos. Era curioso como a medida que iba avanzando el concierto, uno podía olvidarse de los nombres de los músicos al verlos tocar renunciando a sus capacidades como solista. Llamémosles solidaridad o colectivismo. Llamémosle malgasto por estar renunciando a una parte del potencial posible.



    En el segundo set cambiaron las reglas del juego: ahora los músicos tenían cierta movilidad dentro del escenario y el publico rodeaba a éstos, cosa que pareció desencorsetarlos definitivamente. La interacción entre ellos fluyó más que nunca, consiguiendo momentos de gran belleza sonora, hilvanando figuras rítmicas que nacían y morían en pocos segundos pero ayudaban a dar sensación de organicidad. Se miraban y tocaban, pero siempre respetando el preciado silencio y moderando sus intervenciones a lo estrictamente necesario, cosa que ayudó a que todo el mundo pudiera tener su espacio. En esta segunda parte, más libre musicalmente, fue donde más pudo apreciarse las fuertes personalidades de algunos de los músicos, lo que terminó por dar sentido a su elección como parte de la Splitter Orchester. La sección electrónica fue a mi entender la que pasó más desapercibida y difusa.



    Si entendemos el concierto como el resultado de un work in progress, fue una actuación de gran hermosura e inteligencia musical hecha por grandes músicos capeadores del silencio y expertos tensionadotes; hecha por músicos con fuertes lenguajes personales buscando su lugar dentro de la masa anónima. A su vez, se echó en falta algo más de pasión y arrebato, más contraste de dinámicas, menos técnicas extendidas y más resquicios de melodía, y quizá algún solo. Seguramente esta valoración está condicionada por mis oídos de persona criada en una cultura mediterránea que entiende la expresión de la emoción de una determinada manera... Sea como sea, es cuando hablamos de estos formatos musicales donde es más pertinente hacerse preguntas y cuestionar los propios prejuicios como oyente. El público debe implicarse en el proceso musical, como decía John Cage. Así que preguntemos: ¿vale la pena reunir a tal elenco de improvisadores para luego renunciar a su potencial individual en favor del sonido grupal? Sin la presencia física de un director, ¿cómo pueden los músicos gestionar su aparente total libertad y no caer en la autocensura también a favor de sonido grupal? Y ¿que si me ha gustado el concierto?  La respuesta es sí.
    Texto © 2010 Olga Ábalos
    Fotos © 2010 Tania Kelley