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MARCUS MILLER, HERBIE HANCOCK & WAYNE SHORTER / DANILO PÉREZ TRIO. HOMENAJE A MILES DAVIS
35 Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz

  • Fecha: 16 de julio de 2011.
  • Lugar: Polideportivo de Mendizorroza (Vitoria, Álava).
  • Componentes:
    Marcus Miller, Herbie Hancock & Wayne Shorter:
    Sean Jones: trompeta.
    Wayne Shorter: saxos tenor y soprano.
    Herbie Hancock: piano y teclados.
    Marcus Miller: bajo eléctrico y clarinete bajo.
    Sean Rickman: batería.
    Danilo Pérez Trio:
    Danilo Pérez: piano.
    Ben Street: contrabajo.
    Adam Cruz: batería.
  • Comentario:

    Homenaje a Miles Davis. No es que la propuesta final de esta nueva edición del Festival de Jazz de Vitoria fuera muy original, pero por lo menos resultó en parte. Llenazo en Mendizorroza y expectación por ver juntos a tres cracks –dos de ellos con hueco permanente en la historia de nuestra música.

    “Estoy nervioso”, “esto no está muy ensayado”. Antes del experimento, el pianista panameño Danilo Pérez no pareció tomarse muy en serio lo del homenaje. Cualquier excusa le servía para relacionar a Miles con los temas de su repertorio, combinándolos sin mucho sentido con los del Príncipe de la Oscuridad. Pérez interpretó “Galactic” porque Davis era un músico galáctico, versionó el “Overjoy” de Stevie Wonder porque a Davis le gustaba hacer lo propio con otros temas pop, e incluso abordó un “Bésame mucho” para el que no dio explicación alguna. Enredado en rápidas cascadas de notas y sin dejar mucho espacio a sus acompañantes, su discurso resultó frío y algo forzado. En un momento dado incitó al público a dar palmas. Tras conseguirlo, se dedicó a ordenar sus partituras con expresión de ausencia. Debido, en parte, a una extraña combinación de abstracción armónica y fuego rítmico que solo funcionaba a ratos, no conectó con la audiencia hasta los tres últimos temas.

    Minutos después se abrió la puerta del Olimpo y por ella salieron un Herbie Hancock y un Wayne Shorter cuya sola presencia abrumaba. Este nos ha regalado grandes noches de jazz en la última década, aquel seguía en deuda con nosotros tras los conciertos tan poco jazzísticos que ha presentado en los últimos años. Dirigiendo el proyecto, un Marcus Miller cuya presencia también impresiona; y completando la banda dos jóvenes talentos que compartían nombre de pila. A modo de primer pase Miller elaboró los arreglos de un largo popurrí de temas del repertorio davisiano concebidos por Shorter como un sueño en el que Miles veía pasar su carrera por delante. El sueño impregnó el polideportivo y a los allí presentes, reconciliando a Hancock con el piano de jazz y confirmando a Miller como excepcional arreglista. El bajista supo combinar swing  y funk de modo que los cinco músicos se encontraran cómodos en un entorno musical compatible. Dicho swing era evidente, pero en ningún momento llegó a caminar con líneas de walking bass . El funk impregnó toda la interpretación, pero en ningún momento utilizó la técnica de slap . Trabajó como un gregario de lujo, ayudando a los jóvenes y favoreciendo el lucimiento de los veteranos. Su Fender sonaba tan potente como siempre, y el uso de amplios silencios en sus líneas de bajo daba vértigo. Sus arreglos incluían un fondo funk para “Walkin'” –con el consiguiente reajuste melódico–, una versión lenta de “Milestones” –difícil improvisar en un contexto modal tan denso– o un ritmo en cuatro por cuatro para “All Blues” –originalmente en seis por ocho.

    Hancock volvió a amar al piano acústico. Acompañando o improvisando, cada nota que tocaba sabía a gloria bendita. En sus solos abordó largos arpegios, complejas sustituciones armónicas y esos desplazamientos rítmicos que tanto le caracterizan y que acomete con una facilidad insultante. Escuchando con detalle a sus compañeros, reaccionaba a todo lo que ocurría a su alrededor y lo hacía suyo. Especialmente reseñable fue la “pequeña sociedad” (como diría Jorge Valdano) que estableció durante toda la noche con Marcus Miller, y que augura –esperemos– una próxima colaboración entre ambos. No tan bien avenidos, también formaron sociedad Wayne Shorter y Sean Jones. Enzarzados en continuos diálogos, el joven trompetista (difícil tarea la suya) ponía demasiada carne en el asador para acabar diciendo bastante menos que el maestro de Nueva Jersey. Este se encontraba ausente la mayor parte del tiempo, iba y venía, parecía arrancar pero no se decidía. Hancock y Miller, sonrientes, le daban la entrada y esperaban pacientemente. Cuando se animó ofreció solos breves y cuidados donde elegía cada nota con detalle; fue el más discordante del quinteto.

    Tras el medley llegó el turno de versiones más cortas. Hancock arrancó un pedazo de cielo y nos lo regaló en “Someday My Prince Will Come”, los cinco músicos improvisaron un contrapunto final inolvidable en “Footprints” (buen arreglo, a lo afro y en doce por ocho –el original está en seis por cuatro) y pianista y bajista tejieron una bellísima historia conjunta en “Jean Pierre”. Miller, que había permutado el bajo eléctrico con el clarinete bajo en algún momento del concierto, se atrevió con el contrabajo para abordar un “Dr. Jekyll” en swing , muy parecido al que grabara Miles a finales de los cincuenta, y que encantó al respetable.

    Como era de esperar, no hubo un bis sino dos. Marcus Miller llevó el show a su terreno: tras “Time After Time” la banda cerró con “Tutu”, Herbie Hancock se colgó al cuello su teclado AX-synth (si no lo hace revienta), ambos se picaron para deleite del público y nos fuimos con un muy buen sabor de boca. Por cierto, el batería Sean Rickman estuvo como los buenos árbitros: discreto (enhorabuena: el papel imponía).

    Texto: © 2011 Arturo Mora