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JOSÉ LUIS GUTIÉRREZ SEXTETO + LUCRECIA
XV Festival Internacional de Jazz San Javier

  • Fecha: 28 de julio de 2012.
  • Lugar: Auditorio Parque Almansa, San Javier (Murcia).
  • Componentes:

    José Luis Gutiérrez: saxos alto y soprano, flautas, percusión.
    Alejandro Vargas: piano.
    Pedro Medina: guitarra.
    Marco Niemietz: contrabajo.
    Lar Legido: batería.
    Yonder Rodríguez: percusión.
    Lucrecia: voz.
  • Comentario:



    Aire. Hacía falta un soplo de aire fresco en la calurosa decimoquinta edición de Jazz San Javier. Y vino a insuflarlo un músico español con los pulmones henchidos de frescura. Con naturalidad, virtuosismo y osadía. El joven y dicharachero saxofonista vallisoletano José Luis Gutiérrez se metió literalmente al público en el bolsillo en la penúltima sesión de este emblemático festival, que es, prácticamente desde sus inicios, un indiscutible referente del jazz internacional. Y no lo digo sólo yo: lo afirman tanto los aficionados como todos y cada uno de los músicos que suben a su escenario.

    José Luis Gutiérrez hacía su debut en Jazz San Javier con un proyecto nuevo, en formación de sexteto (aunque en el programa del festival había sido anunciada como quinteto, pues no figuraba en ella el virtuoso percusionista venezolano Yonder Rodríguez). Comenzaron con “Amor propio”, un tema con vapores de pasodoble al que el propio Gutiérrez dio inicio percutiendo sobre un insólito instrumento metálico con apariencia de lámpara de salón (rematado en sus extremos por dos grandes campanas) por cuyo eje dejó deslizar, de arriba abajo, un gran cantidad de arandelas que al girar emitían un silbido tremendamente hipnótico y sugestivo. A continuación, tomó el saxo alto e hizo alarde de su dominio en la difícil técnica de la respiración circular. Después de esto vino todo seguido, con todas las piezas perfectamente engarzadas como un solo tema. José Luis Gutiérrez aprovechaba los colchones sonoros, impecablemente ejecutados por sus músicos, para comunicarse con suma parsimonia y gracia natural con el público ya totalmente entregado. “Si quieren, pueden respirar con nosotros. Respiremos profundamente el oxígeno del Mediterráneo”. Y Gutiérrez inhalaba el aire con la nariz pegada al micrófono, convirtiendo la cadencia de su respiración en un instrumento más de entre los muchos que se amontonaban sobre el escenario. Después, tomando el saxo soprano entre sus manos, susurró: “Un concierto es como una historia de amor”. Sonaron las tablas hindúes y dio comienzo “Algún día”, uno de los temas de su álbum Fruit Salad (ÍberJazz, 2010, editado con la colaboración de la Obra Social de la Caja de Burgos), al que siguió una inefable jota (“La jota de la Granja de San Ildefonso”) en la que Yonder Rodríguez hizo sonar y volar las maracas como un auténtico prestidigitador. “¡Qué sutileza!”, exclamó entusiasmada mi compañera de graderío.

    Por norma general, las grandes figuras llegan, tocan, presentan a sus músicos y se van. Algunas, como mucho, profieren los típicos eufemismos (“Es un placer tocar aquí”, “Me siento como en casa”) y ahí acaba todo. Pero el público también necesita y agradece que de vez en cuando lo traten de tú a tú, que lo mimen y le hagan confidencias y le hablen con complicidad. “El aire es un alimento. Tenemos que llevar el alimento hasta la punta de los dedos de los pies, y hacerlo subir lentamente hasta sentir que todas nuestras células comienzan a alimentarse”. Estas palabras tan profesorales fueron el preludio de “Tierra a la vista”, una balada arábigo-andaluza también perteneciente a Fruit Salad. Pura metafísica. Una lección de humanidad. José Luis Gutiérrez es un filósofo. Más aún: José Luis Gutiérrez es un poeta. Llora cuando ríe y ríe cuando llora. Y con el silencio erige un templo

    El quinto de la noche (y bien es sabido que “no hay quinto malo”, sirviéndome de una expresión taurina que por sus ademanes toreros durante todo el concierto le sienta como un guante al vallisoletano) fue “La escuela de la vida”, un tema de aires zíngaros y ritmo vertiginoso que, al finalizar, suscitó un “¡Olé!” espontáneo y colectivo de la concurrencia. Todas las composiciones de José Luis Gutiérrez contienen una marcada raigambre popular esencialmente hispana, y con el sexto tema, a pesar del título (“Popo Catepetl”), le llegó el turno a la más genuina tradición flamenca. Gutiérrez, de nuevo, tomó aire, llenando el auditorio de suspense, y todo el grupo se entregó de lleno con una alegría y una energía prodigiosas hasta dejar completamente solo al guitarrista, paisano mío, archenero para más señas, tras cuya exquisita intervención fue presentado así por el maestro: “Pedro Medina, de Murcia, ¡sí señor!”. El aplauso fue monumental. Y con esta pieza culminó la intervención de este magnífico sexteto. Sin duda, uno de los proyectos más originales que han pisado el escenario de Jazz San Javier en toda su historia

    Pero ahí no acabó todo, porque acto seguido Gutiérrez presentó con gran cachaza y salero a la fluorescente cantante cubana Lucrecia, cuya presencia en Jazz San Javier junto al sexteto era debida a una propuesta personal del director del festival, Alberto Nieto. Una extraña y aparentemente inverosímil simbiosis que sin embargo funcionó a la perfección. Porque en verdad que nunca antes había escuchado una sucesión de boleros tan archiconocidos como “Piel canela”, “Sabor a mí”, “Quizás”, “Dos gardenias” o “Contigo aprendí” arreglados y ejecutados de una forma tan originalmente jazzística, con ritmos y armonías inusitadas. Bolero puro más jazz puro. José Luis Gutiérrez y Lucrecia pusieron todo de su parte para conectar entre sí. Y vaya si lo consiguieron. Improvisaron con soltura y con donaire hasta el delirio, y con una valentía y un ardor verbal y musical realmente extraordinarios. Pocas veces he visto al público de Jazz San Javier reír y disfrutar tanto. Me gustaron especialmente las versiones de “Sabor a mí” y “Dos gardenias”, este último introducido por Gutiérrez con una flauta de caña a la que extrajo sonidos imposibles soplando en todos sus orificios y rendijas y creando una atmósfera sumamente oriental. Y no puedo dejar de destacar la magistral versión de “Nostalgia” que Lucrecia cantó en solitario acompañándose ella misma con el piano. Ni tampoco, por supuesto, la impecable labor de todos y cada uno de los músicos y la dinámica que juntos generaron. Tendríais que haber visto sus caras y sus gestos de placer, sobre todo los del baterista, Lar Legido, que entre toque y toque intercaló toda clase de sonidos ejecutados con juguetes, sonajeros, abalorios, plásticos y un sinfín de cachivaches de toda índole que sacaba de no sé dónde haciéndolos llover sobre los platos y los parches

    Antes del bis (“Contigo aprendí”), Gutiérrez aún tuvo la audacia de añadir: “Y una cosa más muy importante: que tenemos discos..., que son discos de coleccionistas, porque los tienen cuatro nada más. Llevan tanto tiempo con nosotros que les hemos cogido cariño”. Al finalizar la actuación, gran parte del público, claro, se lanzó en avalancha para adquirirlos. Y Gutiérrez los firmó y se dejó fotografiar junto a todo aquel que se lo pedía. En suma, y sin ánimo de exagerar, ¡fue un concierto alucinógeno! Tanto, que el propio José Luis Gutiérrez se vio obligado a manifestar: “Que conste que no hemos tomado nada…, únicamente aire”.

    Texto © 2012 Sebastián Mondéjar
    Fotos © 2012 Rafa Márquez