XXII Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz

12 al 18 de Julio de 1998

Los festivales de Euskadi siguen conservando un gran interés para el aficionado a pesar de no ser ajenos a la tendencia general de concesiones a la comercialidad y a la reiteración de lo más manido que afecta a la mayor parte de grandes festivales europeos. Al estrictamente musical se unen los múltiples atractivos de la zona, como su proverbial gastronomía, o la posibilidad de visitar ese edificio emblemático del final del milenio que es el Museo Guggenheim de Bilbao (a sólo 30 minutos de Vitoria).

El Festival de Vitoria-Gasteiz se ha consolidado como uno de los más importantes al ofrecer una amplia muestra de estilos y tendencias, en la que no falta calidad gracias sobre todo al ciclo "Jazz del siglo XXI", pese al despropósito de su título una ejemplar serie de conciertos por la que han desfilado algunos de los mejores exponentes del jazz actual. El ambiente festivo, el ya tradicional concierto para niños y las actuaciones de madrugada, que contaron en esta edición con el trío de Mulgrew Miller y la Fort Apache Band de Jerry González, complementan la variada oferta ofrecida en el Pabellón de Mendizorrotza, en la que como ya viene siendo habitual no faltó el injustificado capricho de colocar a alguna figura del rock de otros tiempos.


Deslumbrante actuación del dúo Galliano-Portal en una magnífica edición del "Jazz del Siglo XXI"

El ciclo se había iniciado con la inclusión de un grupo local que responde al nombre de 3 Jazz Breaks. El pianista Daniel Oyarzábal -que mostró cierta fijación en Herbie Hancock- ha logrado reunir un competente trío que gusta de atmósferas espaciosas al estilo del jazz nórdico. Buenos mimbres, como corresponde a músicos de formación clásica, aunque sin la necesaria madurez como para formar parte de un cartel tan relevante. Dejando a un lado esta actuación, creo que puede decirse con justicia que esta edición ha sido la más coherente y espléndida que se ha visto en nuestro país.

El dúo que forman Michel Portal y Richard Galliano se entregó a una fascinante aventura ofreciendo un recital pleno de rigor e intensidad, una exploración sonora de sus instrumentos -Galliano con el acordeón, y Portal alternando al clarinete, clarinete bajo, saxo soprano y bandoneón- que cortaba la respiración. Incluso superando lo mostrado en su disco "Blow Up", con total justicia uno de los triunfadores del año para la crítica europea, las referencias de partida, en las que se mezclan diversas expresiones folcklóricas con la obra de Astor Piazolla o Hermeto Pascoal, quedaron diluidas en un ejercicio de creación pura, una continua fuente de sorpresas. Un concierto de los que no se olvidan fácilmente. De lejos, lo mejor del festival.

Si atrevido resulta el proyecto de Uri Caine de revisión de la obra de Mahler, más aún es presentarlo en directo incluyendo pinchadiscos y samplers. Aunque con lógicos altibajos, -fue el concierto más extenso del ciclo-, el riesgo asumido y la calidad del grupo, con una rítmica de lujo -la del Bloodcount de Tim Berne: el imaginativo Michael Formanek y el exhuberante Jim Black-, mantuvieron el interés de un concierto que causó una grata sensación.

Siguiendo con este excelente nivel, el batería Joey Baron, que presentaba por primera vez en nuestro país a su insólito trío Barondown, ofreció en un concierto de sonido crudo y sin amplificación, una auténtica muestra de funambulismo. Su música indefinible se apoya en una inusitada y desnuda riqueza rítmica que a pesar de su complejidad y de la rigidez que impone al excitante saxo de Ellery Eskelin -uno de los grandes del momento- y al inteligente trombón de Josh Roseman, logró contagiar a la audiencia el entusiasmo derrochado por Baron.

Había expectación para ver lo que daba de sí el encuentro entre el pianista mallorquín Agustí Fernández con la pareja rítmica más explosiva del free actual, la formada por William Parker y Suzie Ibarra. No hubo medias tintas, Agustí optó por la improvisación más frenética. Fue un alucinante espectáculo en el que observar el derroche físico y la capacidad de invención del trío resultaba imprescindible para que la música te atrapase. Un concierto arrasador que sin duda dejó satisfechos a los amantes de las emociones fuertes.


Soberbio concierto del trío de Brad Mehldau en un cartel de Mendizorrotza con escasos alicientes

Después de lo escuchado por las tardes, uno acudía a Mendizorrotza convencido de que aquello carecía del más mínimo interés, impresión que quedaba confirmada en demasiadas ocasiones ante las escasas novedades ofrecidas y la sensación de rutina que acompaña a algunas de las actuaciones con más tirón popular.

Una vez más pudimos escuchar al saxofonista Joe Lovano en la única velada que registró una discreta asistencia, algo difícilmente explicable cuando, tras largos años en un segundo plano, el éxito le ha sonreído definitivamente. El acompañamiento del trío de Mulgrew Miller propició que Lovano ofreciera su cara más amable y menos arriesgada, con buenos momentos en su poderosa versión del "Work" de Monk y cogiendo auténtico vuelo en su tema "Blackwell Message".

A continuación asistimos a uno de los varios homenajes previstos, el dedicado a George Gershwin por las pianistas Marrielle y Katia Labeque, acompañadas por la WDR Big Band de Colonia. El excesivo formalismo de las hermanas Labeque -que habían protagonizado el concierto para niños-, a pesar de su técnica irreprochable y de los cuidados arreglos de los inevitables "Rapsody In Blue", "Porgy & Bess"... dejó el típico sabor añejo de un concierto de repertorio poco atrayente.

El quinteto del joven trompetista Nicholas Payton, al que nada aporta el insulso guitarrista Mark Whitfield (su banal versión en solitario de "My one and only love" estuvo entre lo más soporífero del festival), se conforma con emular tiempos pasados, entre el funk de los Messengers o Cannonball y el post-bop del quinteto de Miles. Lo hacen muy bien, eso sí, pero en cuanto a innovación tienen casi tan poco que decir sobre un escenario como en la matutina rueda de prensa que había ofrecido el dúo Payton-Whitfield.

Le siguió el trío de Ray Brown, que ha ganado en versatilidad con la entrada del pianista Geoff Keezer en lugar de Benny Green. Sorprendentemente y a pesar de continuar anclado en el swing más tradicional, su clasicismo resultó notablemente atractivo. En la segunda parte acompañó a la cantante Dee Dee Bridgewater, poseedora de una voz personalísima, que ha vuelto a la fama en su estancia en Francia de la mano de los discos de homenaje, en este caso dedicado a la gran Ella Fitzgerald.

Con su peculiar postura encorvada sobre el piano, Brad Mehldau ofreció una impresionante exhibición de pianismo a dos manos que culminó en su habitual reconstrucción del coltraneano "Countdown". Fue un soberbio concierto de música introspectiva que sin embargo encandiló a un auditorio tan poco adecuado como el de un pabellón, cautivado con la sensibilidad de un trío -con Larry Grenadier y el barcelonés Jorge Rossy- que funciona casi telepáticamente. No había necesidad de trucos ni de alardes, a Mehldau le basta con su indiscutible talento.

Necesidades de programación hicieron coincidir en la misma noche al grupo Latin Crossings. Se suele apelar a la ventaja de que los que acuden en masa a este tipo de espectáculos tienen así la oportunidad de descubrir el jazz. No deja de ser una opinión más que discutible, pero yo me pregunto ¿qué delito han cometido los seguidores de Mehldau para merecer semejante castigo?. Huelga decir que el disparatado engendro montado en torno al reclamo del célebre rockero Steve Winwood, y los circenses Tito Puente y Arturo Sandoval careció de la más mínima sustancia. Su inclusión en un festival de jazz es sencillamente una tomadura de pelo.

La retransmisión eurovisiva de parte de su actuación sirvió de escaparate al grupo capitaneado por Jorge Pardo y Carles Benavent para exponer un resumen de los caminos abiertos para el jazz-flamenco después de 20 años de recorrido desde las primeras colaboraciones con Paco de Lucía. Un festivo repertorio no sólo de ambos, sino también de los guitarristas Juan Manuel Cañizares y Agustín Carbonell "El Bola", elevó la temperatura del pabellón a su punto más álgido, especialmente cuando Jorge atacó con el saxo tenor la melodía más contagiosa de su reciente "2332".

Al igual que otras grandes figuras del pasado como Sonny Rollins o Herbie Hancock, no es un secreto que la carrera de McCoy Tyner entró hace mucho en fase de letargo creativo. Aquí se presentó con un grupo de sabor latino reunido para la ocasión. Nada hubo especialmente memorable y sólo algunas curiosidades, como ver a Steve Turre con sus conchas marinas, salvaron del tedio un concierto en el que músicos con tantas tablas como Gary Bartz se mostraron totalmente faltos de convicción.

Por último señalar que el festival se había iniciado dando entrada al gospel con un homenaje a Mahalia Jackson a cargo de Mavis Staples y Lucky Peterson y se cerró con el infeccioso rhythm&blues de Taj Mahal, un histórico del género, y la fusión trasnochada del bajista Marcus Miller.

Cayetano López



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