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..:: BRIAN WARD: SOBRE LA AUTENTICIDAD

   
 


El siguiente texto está extraído del libro “Just my soul responding – Rhythm and Blues, black consciousness and race relations” (UCL Press, Londres 1998 - ISBN:1 85728 139 X), un estudio sobre la historia de la música popular negra y su relación con su público natural: la sociedad negra estadounidense. Uno de los aspectos más llamativos del libro es que adopta el punto de vista de esa sociedad negra, la gran ignorada en las historias de músicas como el Blues o el Jazz, generalmente escritas por y para blancos.
En la actualidad Brian Ward es profesor en la Universidad de Florida .
Esta traducción ha sido posible gracias a la amabilidad del profesor Ward y el buen hacer de Lisa Toyne (de Thomson Publishing Services).
La próxima traducción de esta serie mensual será el capítulo “Jazz, Folk y los inicios del movimiento pro derechos civiles”, extraido del mismo libro



 


Portada de
Just My Soul Responding
de Brian Ward

Sobre la autenticidad

El principal criterio para incluir en este libro un estilo musical o un intérprete en particular no es su mérito artístico, sino el éxito comercial que haya alcanzado entre el público negro, aunque ambos aspectos no sean, en absoluto, mutuamente excluyentes. En consecuencia, a la música disco se le presta la atención debida, pero no se trata ampliamente el Blues, dado que la masiva popularidad de este estilo entre el público negro ya había decaído hacia la segunda mitad de la década de los 50. Tampoco se trata en profundidad el Jazz moderno, estilo para el que muchos aficionados, activistas y aun algunos músicos reclamaban el título de expresión musical esencial de la pujante conciencia racial negra durante los años de la lucha pro derechos civiles y el Black Power. En realidad el Jazz había dejado de ser la principal música popular para las masas negras, al menos desde el Swing de los años treinta, e incluso sus defensores más acérrimos admitían que en líneas generales, como decía Lawrence Nahs, no llegó a “calar en la comunidad negra” de la forma en que lo haría el Rhythm and Blues. (1)

No deja de ser irónico, sin embargo, que este libro se base en la idea de que un éxito comercial sostenido representa una de las mejores garantías de que un estilo musical concreto –o un punto de vista lírico, o un estilo de actuación en público– tengan una verdadera relevancia social, política o psicológica para la masa social negra. En la historiografía de la esclavitud abundan los intentos de reconstruir la conciencia negra del periodo de preguerras a partir de lo que conocemos sobre la cultura popular de los esclavos, y ha habido numerosos intentos de usar el Blues, el Jazz y el Gospel para arrojar algo de luz sobre la vida espiritual y material de los negros en el siglo XX. Aun así, los historiadores de la realidad negra contemporánea y las relaciones interraciales apenas han recurrido de ese mismo modo al Rhythm and Blues, la forma musical que ha demostrado ser el producto cultural negro más duradero y fehacientemente popular en EE UU tras la Segunda Guerra Mundial.

Existe la convicción de que esos estilos anteriores de música negra son, de alguna forma, más puros, más auténticos que el Rhythm and Blues, que están menos afectados por la sombra del todopoderoso aparato comercial que controla la producción y el consumo de música; que, por lo tanto, parecen ofrecer una visión más fidedigna de la mentalidad del colectivo negro. Este libro ofrece una extensa crítica a este punto de vista, en parte fundamentada sobre el hecho de que el Jazz, el Blues y el Gospel también eran productos culturales inextricablemente vinculados a una industria del ocio con una orientación comercial, frecuentemente explotadora. Tal como ha revelado el trabajo pionero de Ted Vincent sobre la política, el comercio y la cultura negra de los años treinta, los artistas y empresarios negros como W. C. Handy, Lester Walton y Clarence Williams se hallaban al frente de la iniciativa por crear una industria del ocio moderna y reconocible a nivel nacional basada en el talento de los músicos de Jazz y Blues. Cualquier análisis sobre la conciencia de la comunidad negra que se apoye en algún estilo de su música popular y no considere a ésta como producto cultural y, a la vez, forma creativa de expresión individual y colectiva, resulta extremadamente sospechoso (2).

De forma aun más crítica, este libro discrepa de las falsas nociones de “pureza” y “autenticidad” que perviven en la literatura popular y académica sobre la música negra. Como señaló en su día el poeta, periodista y crítico de Jazz negro Frank Marshall Davis, “tanto en lo cultural como en lo ideológico, somos una mezcolanza europea, africana e india, pero predominantemente africana”. Como bien sabía Davis, la música afroamericana siempre se ha caracterizado por su disposición y su capacidad aparentemente ilimitada para fusionar influencias diversas, a veces casi incompatibles, en una serie de estilos que han reflejado y expresado las aspiraciones, conciencia y circunstancias cambiantes de los negros de EE UU, una comunidad que ha sido diferenciada en términos de clase, género y geografía, y que se define doblemente por sus patrimonios americano, inherente, y africano, más distante. (3)

De hecho, en el seno de una cultura estadounidense que es, según la concisa definición de Albert Murray, “incontestablemente mulata”, la música negra de EE UU es un típico híbrido dinámico. Rica, compleja, inquieta, reinventándose a sí misma sin cesar, en un contexto de múltiples influencias y necesidades que se superponen, la música negra ha sido siempre, en palabras de Imamu Amiri Baraka, una “misma cosa cambiando” constantemente. (4)

No obstante todo esto, se mantiene la ferviente búsqueda de alguna forma de música negra, mítica, sellada herméticamente y “real”, libre de adulteraciones debidas a influencias blancas y virgen de consideraciones comerciales. Esto es especialmente notable en una forma relativamente tosca de afrocentrismo incapaz de reconocer cualquier intercambio cultural entre razas sin reducirlo a la mera explotación o expropiación de la creatividad y el estilo negros por parte de los blancos, fenómeno del cual sobran ejemplos, por supuesto. Lo que no deja de ser irónico, no obstante, es que esta clase de esencialismo racial es lo que devalúa la deslumbrante complejidad y la ecléctica brillantez que han caracterizado las formas musicales afroamericanas, favoreciendo, por el contrario, una búsqueda desesperada de unas raíces y remanentes africanos, como si éstos constituyeran los únicos criterios de evaluación de la valía y la relevancia de la música afroamericana contemporánea. Tal como el escritor negro Eddy Harris ha apuntado, algunos adalides de la identidad y patrimonio negros parecen “tener tan poco orgullo que tratarán de hallar sus raíces en generaciones pasadas, en una tierra que nunca conocieron, en gente que ya no son”. “En vez de lamentar la pérdida de cierta pureza ancestral putativa”, Henry Louis Gates, Jr. ha advertido sabiamente que tales críticos harían bien en “reconocer qué es lo valioso, flexible, incluso cohesivo en la naturaleza híbrida y variopinta de nuestra modernidad” (5).

Notas:

[1] L. P. Nahs, “Black Musician in White America”, Negro Digest (marzo 1967), pp. 56-7.

[2] T. Vincent, Keep Cool: the black artists who built the Jazz age (Pluto, Londres 1995). Véase también L. Portis, “The Cultural Dialect of the Blues”, Canadian Journal of Political and Social Theory 9(3), otoño de 1995, pp. 23-36

[3] F. Marshall Davis (ed., con una introducción de J. E. Tidwell), Livin’ The Blues: memoirs of a black journalist and poet (University of Wisconsin Press, Madison 1993), p. 290

[4] A. Murray, Omni-Americans: some alternatives to the folklore of white supremacy (Vintage, Nueva York 1983), p. 22. L. Jones (I. A. Baraka), Black Music (Wm Morrow, Nueva York 1967), pp. 180-211.

[5] De forma reveladora, Harris señala que “no viajé a África en busca de mis raíces, sino al sur de EE UU, dado que es el sur, no África, el hogar de los negroamericanos, y los negroamericanos, como raza, son esencialmente sureños”. E. L. Harris, South of haunted dreams: a ride through slavery’s old backyard (Simon & Schuster, Nueva York 1993), pp. 88, 36. H. L. Gates Jr, Loose canons: notes on the culture wars (Oxford University Press, Nueva York 1992), p. xvi.

   
   
© Brian Ward, UCL Press, Londres, 1998 (para el texto original )
© Fernando Ortiz de Urbina, 2005 (para la traducción al castellano)