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..: LA (MISMA) CANCIÓN DEL VERANO

   
 

por Fernando Ortiz de Urbina

   

El verano en España, más que una estación, es una institución: el nuestro es de los pocos países del mundo presuntamente civilizado que se paraliza todo un mes, en agosto. En los estertores previos a la parálisis, Europa se llena de festivales de jazz, siguiendo la estela del North Sea Jazz Festival y de Montreux; en España estos festivales se han reproducido como champiñones de un tiempo a esta parte.

Esta avalancha de festejos musicales viene puntualmente acompañada por el coro de aficionados que refunfuñan por el poco jazz que hay en esos festivales "de jazz", que no hay derecho, que por qué este constante faltar al Segundo ("no tomarás el nombre del jazz en vano"), que los organizadores cuelgan el letrero de "jazz" a fin de dar un aire de sofisticación y elegancia irresistible para quien se quiera dejar ver en tales eventos, que se usa la etiqueta "jazz" como gancho para quienes buscan algo "con clase", "selecto", "intelectual" (dime de qué presumes…), en definitiva, el tipo de disquisiciones que diferencian al purista que no se quiere enterar de que "a estas alturas de milenio el jazz es ya más una forma de entender la música o, incluso mejor, de entender la vida a través de la música", como nos aclara el veterano –y aquí casi metafísico– Miquel Jurado en El País del pasado 7 de julio.

No voy a entrar a defender ni denostar las bondades del presunto mestizaje musical o las utopías identitarias de los puristas, que los hay. La cuestión no es qué es jazz y qué deja de serlo. Tampoco se trata únicamente de que en la feria de la oveja haya, no ya churras y merinas, sino menos ovejas que vacas, mulas o puestos de verduras. La cuestión es otra bien distinta.

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(Interludio)

- Estoy pensando que para darle más fuste al ciclo de piano romántico podíamos traer a Elton John.
- ¿A Elton John?
- Sí, hombre, es famoso, toca el piano, tiene canciones románticas...
- Hombre, es que no es Chopin...
- Macho, de verdad, cómo sois los puristas...

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El pasado 5 de julio también El País publicaba que "Collado Villalba pierde 250.000 euros con Elton John". Al parecer el ayuntamiento contrató a Elton John en el marco de su festival "de jazz" (Viajazz) y, como no alcanzó los objetivos marcados –se vendió la mitad del aforo disponible–, el consistorio tuvo que rascarse el bolsillo (el del contribuyente villalbino, se supone).

Es imperdonable que Collado Villalba haya perdido dinero al contratar a un músico cuyo patrimonio personal es aproximadamente el triple del presupuesto municipal para este año. Pero es que, además, con el dinero que se ha gastado el ayuntamiento con Elton John (cuya relevancia en el pop/rock actual daría para otro costal de harina) se podría haber traído, por poner dos ejemplos, a Ornette Coleman unas diez veces o al trío sueco E. S. T. más de veinte. No me meto ya en lo que se podría hacer con músicos menos famosos o españoles y semejante presupuesto, pero daría de sobra para una buena programación anual con recitales no sólo periódicos, sino hasta frecuentes.

Volviendo a nuestros festivales, en el citado artículo de Jurado, "La Península es un festival de jazz", sólo un tercio de los músicos que nombra, aproximadamente, tocan jazz. Como la vida misma.

El error de presentar el jazz de esta guisa es múltiple: en primer lugar, la extravagancia semántica de no llamar a las cosas por su nombre, que roza el cinismo cuando a quien discrepa se le desdeña por "purista", mientras se exagera tras un velo pseudo-posmoderno la indefinición del término. Esto, no obstante, es lo de menos.

Al reducir la cuota de jazz en los festivales, manteniendo a la vez la palabrita de marras en el cartel, se infla artificialmente su popularidad, algo que está abocado al fracaso porque el jazz, por definición e historia, nunca –y menos en España, y menos aun con nuestra educación musical– nunca, insisto, va a atraer a las masas. En realidad, y en eso estamos de acuerdo, sería imposible montar festivales de jazz propiamente dicho de las dimensiones que algunos pretenden.

Como prueban el Imaxina Sons de Vigo (por su programación) o el Festival de Ezcaray (por sus dimensiones) y una enorme cantidad de eventos de toda clase y tamaño a lo largo y ancho de Europa, las cosas se pueden hacer de muchas maneras distintas. Lo que no tiene sentido es que el mercado dicte la programación de los sobredimensionados festivales, que éstos se disfracen de algo que no son y que además cuenten con el patrocinio de las instituciones públicas.

Elton John no es un músico de jazz, ni remotamente, pero ésa no es la cuestión. La pregunta de fondo es para qué está la gestión cultural de las instituciones públicas, cuál es su objetivo: buscar y presentar a representantes del arte y la cultura que de otra forma estarían vedados a la ciudadanía, o nadar a favor de la corriente del mercado y recurrir a un mínimo común denominador que ni siquiera garantiza evitar un déficit.

La debacle villalbina debería servir de recordatorio a nuestras instituciones de que es a ellas a quien compete amparar, a medio y largo plazo, los intereses culturales de todos sus ciudadanos, en especial allí donde no llegan las corrientes del mercado. En música esto significa el jazz, la "clásica" contemporánea, el rock alternativo y un largo etcétera.

El hecho es que los festivales estivales sólo ocupan dos meses al año, y existen los medios económicos para actuar.

Sólo falta que se pongan manos a la obra.

   
   

© Fernando Ortiz de Urbina, 2007