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..: ORNETTE BY FERNÁNDEZ

   
 

Ornette Coleman es considerado unánimamente como uno de los cinco grandes innovadores del jazz junto con Louis Armstrong, Charlie Parker, Miles Davis y John Coltrane, y se le identifica como el padre del “free jazz” que surgió en los años 60.

“La aportación de Ornette tanto musical, espiritual como filosóficamente ha inspirado durante cuarenta años a un montón de músicos a que miraran dentro de sí mismos y a que encontraran cosas que nunca habrían encontrado si él no hubiera tenido éxito previamente creando su propio lenguaje personal. Ornette es uno de los mejores ejemplos posibles de lo que una persona con una visión potente del sonido y la música puede llegar a realizar.” Pat Metheny, en el prólogo del libro “Ornette Coleman, his life and music” de Peter Niklas Wilson.

Artículo publicado originalmente en el número especial de verano de 2005 de la revista Mas Jazz. Reproducido con permiso de su autor, Agustí Fernández y de la revista.

   


Ornette
©Diego Ortega Alonso, 2005

Ornette Coleman, el genial saxofonista norteamericano, acaba de cumplir 75 años. Para celebrarlo ofreció un concierto el pasado 2 de mayo en el Barbican de Londres con su actual cuarteto: Greg Cohen y Tony Falanga a los contrabajos, su hijo Denardo Coleman a la batería y percusión y él mismo al saxo alto, trompeta y violín.

Casualmente yo me encontraba en Londres ese dia, pero no pude asistir al concierto por motivos profesionales (estaba en el Gateway Studio grabando con una formación liderada por Evan Parker).

Pero al dia siguiente vi su foto en los periódicos y tuve la sensación, que ya había tenido con anterioridad, de que Ornette se había convertido en un artista imprescindible e intemporal (Old King Coleman le llamaba The Times). Un artista para el que el tiempo no corre en contra sino a favor, como pueda ser el caso de Pina Bausch, Francis Ford Coppola o Robert Rauschenberg, por citar otros artistas contemporáneos indiscutibles.

Su llamativo traje de seda de color ciruela de corte impecable, su clásico sombrero (el pork-pie hat), el saxo alto: todo estaba como siempre. Estoy seguro, y así lo señalaba la crónica, que la música estuvo donde ha estado siempre: en el lugar que se inventó hace ya casi cincuenta años y que vino a revolucionar uno de los mundos musicales más cerrados de la época.

He tenido el privilegio de coincidir con Ornette en un par de ocasiones en Nueva York y tengo muy clara la impresión que me causó. Ornette es un hombre no demasiado alto, delgado, bien conservado, muy atento y educado, que habla en voz baja (cuando habla, ya que no es persona de muchas palabras), sin arrogancia, que anda sin hacer ruido, con una calidez de trato natural, una presencia física magnètica que aporta paz y calma a cualquier situación.

Es difícil imaginar hoy en dia que una persona tal armara el follón que armó cuando se presentó en el Five Spot a finales de los años cincuenta. Que despertara tanto animadversión apasionada entre tantos buenos músicos (especialmente los hardboppers), aficionados y gente del jazz. Como botón de muestra basta citar el puñetazo que le propinó Max Roach al acabar el último set uno de los días de dicha presentación (la noche siguiente, Max Roach fue hasta su casa y desde la calle le desafiaba a bajar para resolver las diferencias musicales a puñetazo limpio).

Y lo que irritaba a estos músicos era su enfoque nuevo, fresco, intuitivamente improvisatorio que él denominaba “la forma del jazz que vendrá”.

También en el escenario, al frente de sus grupos, Ornette siempre ha sido un jazzman muy particular. Tanto si toca el saxo alto, la trompeta o el violín, sólo mueve ligeramente dedos y se puede ver la intensidad de su concentración, su marcada personalidad musical y su deseo de “hacer el bien” (eso es lo que declara que desea hacer con su música). Ornette es una buena persona que sólo desea hacer el bien a través de su música. Como un buen doctor que recetara medicinas musicales para ayudar, para paliar, para curar o aliviar a la gente.

Ornette Coleman, multiinstrumentista, director de grupos, compositor de música sinfónica, pensador original, se describe a sí mismo como “un compositor que interpreta”. Tómese esto en el sentido de un personaje del folklore musical norteamericano, alguien básicamente autodidacta que vive el hecho de componer inseparablemente del hecho de interpretar lo que compone, (llamémosle Bob Dylan o Johnny B. Goode). Alguien para quien crear e interpretar es una sola y la misma cosa.

Y en este mismo sentido, Ornette es un artista con una visión personal entregado a cuestionar continuamente los conceptos a priori establecidos, a desafiar las convenciones instaladas desde hace tiempo y a reordenar las jerarquías existentes en el mundo del sonido.

Como es sabido, el instrumento principal de Ornette es el saxo alto, uno de los instrumentos-icono del jazz. Con él, Ornette obtiene un sonido brillante y penetrante, familiar y reconocible al primer instante. (¿Y no es esta la cualidad que buscan los jazzmen por encima de todo: tener un sonido personal identificable entre los demás?) Un sonido libre, si se puede llamar así. Un sonido juguetón pero no siempre inocente, de una generosa calidez, como un fraseo de blues.

El sonido de Ornette es la actualización de un sonido que viene viviendo a través de la historia del jazz. Un sonido que se basa en el de los que le precedieron tocando el saxo alto, especialmente Johnny Hodges, Charlie Parker y los saxofonistas de rhythm 'n' blues con quienes aprendió en su juventud.

Ornette ha declarado en más de una ocasión, que lo que persigue, y ha conseguido, es un sonido “humano”. Y no se refiere solamente a un sonido que imite la vocalización humana (que también), sino al equivalente sonoro del monólogo interno que tenemos las personas, capaz de expresar tanto un grito de placer como de dolor, un susurro de ternura o una pregunta inquisidora al universo que nos rodea.

Pero lo que define históricamente a Ornette Coleman, juntamente con su inconfundible sonido, es la visión que tiene acerca de la música, llámese jazz o como quiera llamarse. De hecho, Ornette siempre ha querido derribar las divisiones que existen entre música clásica, jazz y música popular. Para él estas barreras no existen, son artificiales, culturales, en el sentido de no-naturales.

Esta visión se identifica con un enfoque desinhibido, altamente interactivo y muy a menudo intuitivo de la música. O sea, la definición clásica de free jazz, que técnicamente podríamos definir como:

a. Utilización de lineas melódicas cantables que se desarrollan libremente, sin ataduras a ruedas de acordes inamovibles o a duraciones de coros regulares. Es decir, melodías que se abren y se cierran en sí mismas, sin atender a otras razones. Estas melodías que se pueden cantar tienen su origen en la música popular, el folklore, por eso se ha dicho tantas veces que Ornette Coleman es un músico popular ilustrado.

b. Educado rechazo del sistema harmónico occidental, y establecimiento de una lógica harmónica no convencional. La harmonia colemaniana es más contrapuntística que harmónica, de ahí el problema que ha habido siempre al querer “traducir” una música monofónica a un instrumento harmónico. (Únicamente Paul Bley y James Blood Ulmer han salido airosos del envite)

c. La unión de un pulso rítmico interno con estructuras ligeramente organizadas (cuando no totalmente abiertas). Esta aparente contradicción es uno de los pilares del free jazz. Existe un pulso (o varios simultáneos) que proyecta la música hacia delante, pero este pulso está abierto en sí mismo, no tiene un fin al que converger o una meta por la que ir pasando. Eso ayuda también a crear la sensación de libertad, de que el futuro está todo por escribir, origen de tanta ansiedad en tantos otros artistas.

Todos estos conceptos utilizados libremente en una improvisación colectiva con un alto contenido emocional son los que han definido el estilo de Ornette Coleman. Una música que quiere y consigue sonar nueva, refrescante, directa en cada interpretación, aunque no siga la lógica convencional. Una música que se sitúa en el terreno de la misteriosa y vaga “harmolodía” (harmolodics), el sistema musical que definiría los principios fundamentales del quehacer de Coleman.

Para Coleman, la harmolodía sería algo así como una gran teoría unificada de la música que uniría en su seno la harmonía, la melodía, el ritmo, la estructura, la improvisación, etc., así como su interacción con las otras artes, y que presentaría una alternativa a los esquemas y prácticas artísticas occidentales (y también de otras culturas).

Se supone que Ornette lleva treinta años trabajando en poner estos principios en un libro donde plasma las ideas teóricas que explican sus decisiones estéticas en profundidad. Pero su edición se ha ido postergando y a estas alturas dudo seriamente que nunca se llegue a publicar. Todo lo más que nos llega son algunas frases aquí y allí que Ornette dice que pertenecen al libro y que son difícilmente comprensibles fuera del círculo de iniciados.

Lo que sí nos llega claramente y sin posibles malentendidos es el mensaje que nos transmite a través de su música. Una música que sigue siendo tan fresca, atractiva, apasionada, intensa, lírica, libre y sugerente como cuando empezó a sonar a finales de los años cincuenta.

Ya sea con su cuarteto, con Prime Time (su banda eclécticamente electro-acústica desde hace 30 años con quien ha grabado 9 discos), con la música sinfónica o de cámara, la música para películas, sus colaboraciones con virtuosos de cualquier tradición musical (desde Pat Metheny a los Master Musicians of Joujouka, pasando por Joachim Kühn o Jack DeJohnette), el iconoclasta Ornette Coleman nos seguirá deleitando con su música, manteniendo una curiosidad infantil junto a una madura fuerza de expresión y una sabiduría intemporal profunda e intemporal.

Una de mis frases favoritas de Ornette es aquella que pone de manifiesto lo más profundo de su manera de ser y pensar: “Hay tantos unísonos como estrellas en el cielo”.

Por muchos años, maestro.

© Agustí Fernández 2005