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STEVE COLEMAN SEXTET
Madrid

  • Fecha: 7 de febrero de 2007.
  • Lugar: Sala Clamores.
  • Componentes:
    Steve Coleman: saxo alto y voz.
    Jonathan Finlayson: trompeta y voz.
    Tim Albright: trombón y voz.
    Jen Shyu: voz.
    Thomas Morgan: contrabajo.
    Marcus Gilmore: batería.
    Tyshaw Sorey: batería.

  • Comentario: Todo comenzó como quien no quiere la cosa, con Jonathan Finlayson y Tim Albright soplando de manera dispersa, mientras los baterías terminaban de ajustar los tambores y el resto ordenaba sus partituras. Enseguida se les unió el alto de Coleman, luego Jen Shyu –improvisando unas líneas de aire oriental–, Thomas Morgan y finalmente la potente percusión de Marcus Gilmore y Tyshawn Sorey. Fue todo modo muy casual, como si estuvieran comprobando la afinación de los instrumentos y el nivel del sonido… pero no, aquel moderado desbarajuste era el comienzo de más de una hora de temas e improvisaciones encadenados que ocuparían toda la primera parte del concierto.

    La música fue tomando forma y los ritmos llegaron para aportar densidad al conjunto. Sin embargo, una rara ligereza lo envolvía todo, las melodías no terminaban de engarzar con las líneas del contrabajo y, quizá por ello, el efecto resultaba cautivador.

    Desde los primeros minutos, Coleman demostró que no necesita exhibirse con grandes solos para mostrar su pasta de líder. El sonido de su saxo, con ese particular modo de construir las frases desde un punto de vista puramente rítmico, fue en todo momento la columna vertebral que sostuvo la marcha del sexteto, lo que se hizo especialmente evidente cuando sus frases improvisadas en solitario hilvanaban una composición con otra. El grupo, por su parte, reaccionaba con endemoniada habilidad a los cambios de rumbo que proponía el líder.

    La banda ofreció una música expansiva, muy elaborada y a la vez accesible, que se caracterizó por un sonido colectivo en el que rara vez los solistas se desmarcaban del resto del grupo, sus intervenciones negociaban de un modo vivaz y constante con una base rítmica sólida como los cimientos de un castillo y a la vez extremadamente flexible, capaz de enriquecer cada pasaje con multitud de matices. En este sentido, Gilmore y Sorey –dos consumados instrumentistas– mostraron en todo momento su gran capacidad para trabajar en equipo. Desde sus baterías hasta los rasgos que conforman el perfil estilístico de cada uno, todo se complementaba a la perfección: si Sorey era la exuberancia, la potencia y el solo dramático, Gilmore era la regularidad, la profundidad, el diálogo. Y entre este monstruo de dos cabezas y una front line imaginativa y lúdica, se situaba el bueno de Morgan, fajándose en su tarea de empastar la labor de los percusionistas con los instrumentos melódicos.

    Sobre ese abigarrado colchón sonoro Finlayson, Albright, Shyu y Coleman construían melodías a menudo muy sencillas que desplazaban continuamente el sentido de la música resultante, a veces dejando de lado los instrumentos y canturreando una especie de mantras certeros e hipnóticos.

    Todos ellos tuvieron, por supuesto, espacio para la improvisación individual. Finlayson, trompetista de sonido muy puro y fraseo entrecortado pero incisivo, aprovechó –siempre que se lo permitía el líder– cada hueco que dejaban los baterías. Albright, con un sonido liso y natural, construyó líneas más largas y melódicas, aunque su trombón se imbricó menos con los dibujos de los percusionistas. Jen Shyu –vocalista con un lenguaje muy personal– improvisó continuamente aportando un gran calado al sonido del grupo, compensando con su originalidad en el fraseo (lleno de acentos orientales, africanos y latinos) la falta de contundencia en su emisión y ciertas amenazas de monotonía. Y Coleman por su parte, desde la madurez de su saxo enciclopédico, ofreció en el primer pase un puñado de excelentes improvisaciones, serpenteando siempre por entre las travesuras rítmicas del tándem Gilmore-Sorey, limitándose tras el descanso a realizar breves pero decisivas intervenciones. La segunda parte fue más dinámica y desenfadada, con más variedad en las composiciones y, exceptuando el caso del líder, con una mayor riqueza en los solos.

    El concierto acabó como había empezado, con una improvisación despreocupada que se fue desdibujando hasta que el sexteto calló y los baterías comenzaron a desmontar sus instrumentos. Como quien no quiere la cosa, habían pasado tres estupendas horas de música.

    Texto © 2007 Ricardo Arribas y Sergio Zeni
    Fotos © Pablo Neustadt

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