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JAVIER VAQUERO GROUP / CHRISTIAN SCOTT QUINTET
XIII Festival Internacional Jazz San Javier

  • Fecha: 17 de julio de 2010.
  • Lugar: Auditorio Parque Almansa. San Javier (Murcia).
  • Componentes:

    JAVIER VAQUERO GROUP:
    Javier Vaquero: guitarra.
    Raúl Patiño: piano.
    Juan Guerra: bajo.
    Martí Soler: batería.
    Raúl Leiva: voz.

    CHRISTIAN SCOTT QUINTET:
    Christian Scott: trompeta.
    Milton Fletcher: piano.
    Matthew Stevens: guitarra.
    Kristopher Funn: contrabajo.
    Jamire Williams: batería.

  • Comentario:


    Alguien voló sobre el nido del cuco el pasado sábado en Jazz San Javier. Doble sesión en el Auditorio Parque Almansa con propuestas diametralmente distintas. La verdad es que en los días previos se auguraba una mayor expectación entre los aficionados y una afluencia masiva de público, sobre todo porque se anunciaban sendos trabajos interpretados por nuevos renombrados talentos que iban a pisar por vez primera el escenario de Jazz San Javier. Pero el público fue llegando poco a poco hasta bien comenzado el primer concierto, ocupó aproximadamente la mitad del aforo y, antes de que terminara el segundo concierto, comenzó a abandonar el auditorio, dejándolo prácticamente a un cuarto de su capacidad.

    Antes de seguir, permitidme una puntualización: un concierto es siempre algo más que un concierto; quiero decir que en un concierto suceden siempre otras muchas cosas aparte de la música; factores, digamos, extra musicales que no obstante lo condicionan y lo determinan. ¿En qué aspectos debería centrarse la crítica musical? Yo no soy en absoluto un crítico de jazz, sólo un simple aficionado más y un músico del montón, y acostumbro a dejarme llevar únicamente por mis gustos y mis impresiones como tal, procurando, eso sí, ponerme en todo momento en el lugar de los músicos y de los aficionados.



    El guitarrista y compositor catalán Javier Vaquero llegaba (como atestiguan las reseñas puntuales de la prensa regional, en donde se le comparaba, entre otros, con el incomparable Luis Salinas) precedido por una reputación de “genio de la guitarra española” y como “uno de los músicos españoles más destacados en el jazz fusión”, con una “extensa formación académica y una enorme versatilidad” y “un estilo muy personal que se sumerge en el flamenco, el jazz y la música latina, destilando un aroma mediterráneo”. Pase lo de la “extensa formación académica” y lo del “estilo muy personal”, expresiones manidas y puerilmente abultadas que apenas garantizan nada; pero… ¿“genio de la guitarra”? No creo que este apelativo sea del agrado ni aun del propio Javier Vaquero. ¿Y “uno de los músicos españoles más destacados en el jazz fusión”? Sinceramente, no creo que esa calificación se ajuste verdaderamente a su estilo, a su personalidad y a la esfera musical en la que se desenvuelve.



    Lo cierto es que el Javier Vaquero Group ofreció un concierto pulcro y franco, predominantemente escolástico, muy medido y equilibrado en las formas y más complejo y jazzístico estructural que conceptualmente, aunque con escasos márgenes para la espontaneidad y la improvisación. Mi impresión fue que Javier Vaquero es, en efecto, un músico ecléctico, pero sin llegar a ser camaleónico –como Luis Salinas–, continuador de una tradición lírica en la que se funden lo clásico y lo popular, el flamenco y la música catalana, el pop-rock andaluz de los 70 (la pieza “Mi sol y mi luna” me recordó inequívocamente al vetusto grupo Triana)y la canción mediterránea, todo ello impregnado de tintes orientales, brasileños, latinos e incluso juglarescos. Los verdaderos guiños al jazz, sin llegar a ser cabalmente jazzísticos, fueron las estudiadas versiones de dos de las composiciones más emblemáticas del gran Henry Mancini, “Days Of Wine And Roses” y “Moonriver” –interpretadas como una bulería y como una soleá por bulerías, respectivamente– y “Terres de l’Ebre”, una descriptiva y sosegada balada con cierto regusto a bolero que derivó por alegrías.
    El concierto, en suma, resultó un tanto plano, consabido, pero también amable e intimista, y fue realmente bien acogido por el público, que se mostró en todo momento hospitalario y alentador. La verdad es que Javier Vaquero y sus músicos lo necesitaban y lo agradecieron. Se les notaba nerviosos –sin duda, por el peso de la responsabilidad– y muy sujetos a su propio celo por mantenerse al nivel de exigencia de los temas, como si se sintieran demasiado preocupados por interpretar y conducir una música por la que difícilmente podían dejarse transportar, lo que, a pesar de su buen oficio, repercutió en la dinámica y en la transmisión de emoción y de energía. Conseguir una buena dinámica de grupo en tales circunstancias (y lo digo desde mi experiencia como músico) es verdaderamente complicado: hay fuerzas que se desaprovechan, que no fluyen.
    En todo caso, y esto sí que es importante, considero justo y necesario que en los grandes festivales internacionales se dé cobertura a los músicos y grupos nacionales e incluso regionales (como sucedió en la jornada siguiente con los Bluesfalos). ¿O acaso los españoles, los murcianos, los andaluces, los catalanes, no somos internacionales?
    Christian Scott, por el contrario, había sido paradójicamente etiquetado por la prensa como un “enemigo de las etiquetas musicales”, aunque en su último trabajo, Yesterday You Said Tomorrow (Concord, 2010) “ha volcado sus influencias y su gusto por el jazz que se hacía en los 60”. A tenor de lo ocurrido sobre el escenario y por los comentarios posteriores entre un amplio sector del público y de la crítica, habría que preguntarse: ¿es Christian Scott producto únicamente de una onerosa y preconcebida operación de marketing publicitario, o un verdadero astro dorado del presente y el futuro del jazz? Sin duda tiene mucho de lo primero, no seamos ingenuos; en el mundo actual, que es cada vez más un inmenso hipermercado del que rara vez se libran el arte y el talento, todo tiene su precio y su presuntuoso marchamo; pero personalmente me decanto infinitamente más por lo segundo. Christian Scott no es sólo, por su edad, una joven promesa de futuro, sino que es ya, por su calidad, su genio y su compromiso, un grande del jazz.
    Lo que sucedió fue que Christian Scott se saltó escrupulosamente a la torera muchas de esas normas visibles e invisibles que rigen un gran festival. Para empezar, irrumpió con ademanes quizá harto serios y severos bajo los calurosos focos –en una noche ya de por sí muy bochornosa– aparatosamente abrigado con prendas invernales, de las que no se desposeyó en ningún momento; luego se dedicó durante quince o veinte largos minutos a dirigir personalmente la sonorización del grupo, una dificultad que en teoría tendría que haber estado solventada de antemano; posteriormente se evidenció que los músicos no disponían de un repertorio preestablecido y, entre tema y tema, ajenos totalmente al público y a la situación, se reunían en cónclave y se ponían poco menos que de tertulia, dejando transcurrir en la eternidad del silencio los minutos. Y en el transcurso de la actuación, Christian Scott tuvo gestos que no gustaron a un sector del público y de la crítica y al equipo técnico encargado de grabar y registrar el festival: dar la espalda al respetable y a las cámaras en incontables ocasiones y tocar a pelo su refulgente trompeta, alejándose lo más posible de los micros.

    Vivimos en un mundo y una sociedad en los que imperan el protocolo y la fachada en base a unos determinados patrones de conducta, y en cuanto alguien los transgrede suelen saltar chispas y voces clamando al cielo. Los seres humanos somos propensos a juzgar mal lo que no compartimos o no es de nuestro agrado y a infravalorar a quienes hacen o dicen lo que nosotros nunca haríamos ni diríamos. Fachada, desde luego, le sobró a Christian Scott; tal vez salió vestido así por prescripción médica (porque tuviera fiebre) o para protegerse de la altísima humedad del aire (muy mala para los músicos y para los instrumentos); pero sus modales exhalaron por momentos algo muy semejante al hastío y a la indiferencia. Puede que todo ello forme parte de su pose, de su aura de músico anti-sistema. Yo no lo creo así. Cada uno es como es, y a mí, en cierto modo, me gustó que manejara los tiempos y entretiempos del concierto a su antojo. Todo eso forma parte de las trastiendas del jazz, y no deja de contener un valor pedagógico. ¿Por qué razón un músico no va a poder moverse y pasearse sobre un escenario como por su casa? Y si el tema o el cuerpo le piden el sonido limpio y natural de su trompeta, ¿por qué habría de reprimirse? ¿Y acaso las largas pausas durante las deliberaciones no convertían la misma espera y el silencio en música? Además de sacarnos de la rutinaria parafernalia, desde el punto de vista estrictamente musical la actuación fue para mí un derroche de magisterio que no hizo sino corroborar que Christian Scott es un arma cargada de futuro, sí, pero también de presente y de pasado (del mejor presente y del mejor pasado).

    Llaman mucho la atención de críticos y comentaristas los “sonidos humanos” que extrae de su trompeta. Pero es que, en realidad, Christian Scott habla literalmente con ella y nos dice cosas, muchas cosas, porque tiene en verdad muchísimo que decir. En su música, que nos evoca al mejor Miles, a Clifford Brown, a John Coltrane o a Charles Mingus pero también a figuras del rock o del hip hop contemporáneo como Jimi Hendrix o Radiohead, no hay absolutamente nada gratuito. Nos lanza mensajes y nos los lanza por alto, sin tapujos, efectos ni trucos de prestidigitación. Cierto es que Katrina (así se llama su trompeta) es un prodigio de manufacturación, una pieza exclusiva que podríamos calificar de inteligente, que permite a su dueño controlar su temperatura y emitir tonalidades y timbres cuasi humanos, en verdad inefables, para los que en este momento no encuentro mejor correspondencia que el misterioso “sfumato” que Leonardo aplicaba en sus pinturas. En cada melodía, en cada solo, en todas y cada una de las notas que Christian Scott hace salir de su trompeta se refunden capas y capas del más alto y genuino linaje del jazz afroamericano. Su música, sutil y voluptuosa al mismo tiempo, se cimenta tanto sobre las bases (la arrebatadora omnipresencia de Jamire Williams y la consistencia de Kris Funn) como sobre las modulaciones armónicas (soberbio Milton Fletcher con el piano, pulcro y sobrio Matthew Stevens con la guitarra); pero cuando Christian Scott fraseaba con su dorada trompeta empinada hacia las estrellas se hacía de día sobre el auditorio.

     


    Los temas que a salto de mata y tras muchas pausas y consideraciones el grupo convino en interpretar fueron ya de por sí esclarecedores. Alternaron títulos de su nuevo álbum con otros pertenecientes al tercero, Anthem (Concord, 2007). Comenzaron desplegando toda su energía con "K.K.P.D." (siglas de Ku Klux Police Department), el subversivo tema que da inicio a su último trabajo, para continuar nada menos que con el magno y endiablado "Eye Of The Hurricane", de Herbie Hancock. Luego vinieron "American't”, una nostálgica y desasosegada pieza fruto del desencanto de Christian Scott ante la ausencia de un auténtico cambio en la política norteamericana tras la asunción al poder del presidente Barack Obama; “The Eraser”, de Thom Yorke (Radiohead), que cayó como un soplo de aire fresco y aportó al concierto un latido cálido y poético que a esas alturas se había hecho ya muy necesario; y, para finalizar, dos temas más de Anthem: “Katrina’s Eyes”, de factura y sonido descaradamente milesianos, y "Litany Against Fear", un grave réquiem que sumió al auditorio en un silencio insondable, tras el cual los músicos, inesperadamente, fueron desprendiéndose uno tras otro de sus instrumentos y saliendo del escenario sin ni siquiera mirar al público y decirle adiós con la mano. Pero el público los vitoreó y aplaudió con tanta fuerza que los músicos no se hicieron apenas de rogar y salieron, notoriamente transfigurados, para interpretar “Isadora”, una preciosa, dulce y contenida balada al más puro y refinado estilo de Miles Davis tras la que, ahora sí, Christian Scott dio las gracias y se despidió del público como mandan los cánones.

    Texto © 2010 Sebastián Mondéjar
    Fotos © 2010 Rafa Márquez