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DHAFER YOUSSEF QUARTET
XIII Festival Internacional Jazz San Javier

  • Fecha: 24 de julio de 2010.
  • Lugar: Auditorio Parque Almansa. San Javier (Murcia).
  • Componentes:

    Dhafer Soussef: voz, oud.
    Tygran Hamasyan: piano.
    Chris Jennings: contrabajo.
    Mark Giuliana: batería.


  • Comentario:


    El pasado sábado tuvo lugar en el Auditorio Parque Almansa la que para mí ha sido –junto a la del israelí Avishai Cohen– una de las propuestas más novedosas y sorprendentes de la decimotercera edición de Jazz San Javier, cuando no de toda la historia de este festival, ya que por primera vez se aunaron sobre su escenario la música árabe de raíz espiritual y el jazz en estado puro, una de las fusiones más cultas, fértiles, legítimas y necesarias del panorama jazzístico actual y una constatación ética y artística de que el lazo de concordia entre civilizaciones no solamente es posible, sino que es ya una realidad, por mucho que le pese a más de uno. Si existe para los seres humanos de todas las naciones un lenguaje común, ése es el de la música. Oriente y Occidente no son mundos antagónicos, sino complementarios. Y el arte, cuando está guiado por la luz, el amor y la verdad, no conoce fronteras ni las crea (porque de lo contrario no es arte).  

    Si en mi reseña del pasado día 17 aludí a los sobrecogedores timbres humanos de la trompeta de Christian Scott, hoy tengo que referirme a los inenarrables registros sobrehumanos de la voz del tunecino Dhafer Youssef, maestro también del oud o laúd árabe y depositario de una herencia musical henchida de resonancias místicas, huellas y tradiciones de épocas inmemoriales (sufismo e hinduismo), pero empapada también de múltiples tendencias modernas y contemporáneas (“new age”, “world music”, jazz fusión, música electrónica…) e incluso de nexos evidentes con el folclore nórdico y la música centroeuropea. Dije entonces que un concierto es siempre algo más que un concierto. Pues bien, aquello no fue tanto un concierto como una redención y un viaje espiritual al interior de nosotros mismos. Semejante escenario de conciliación liberó sin duda en el público percepciones y emociones aletargadas desde hace mucho tiempo. No es que el mundo se parase, sino que lo que allí aconteció fue algo hermosamente atemporal. 

    Dhafer Youssef llegó acompañado de un trío excepcional para interpretar esencialmente los temas de su último trabajo, Abu Nawas Rhapsody, aunque decidieron comenzar con “Aya”, un tema conmovedor de su tercer álbum, Digital Prophecy, con el que abdujeron al público desde la primera nota; y justo cuando acometían con prodigioso paroxismo el enardecido tramo final, sucedió lo imprevisible: un violento apagón general, acompañado de un súbito y ensordecedor zumbido, engulló el sonido y la luz y dejó a los músicos y al público sumidos en una casi total oscuridad (la luna ya crecida aún no había trepado por los muros del auditorio). Mi vecino de asiento dijo irónica pero tendenciosamente: “Esto ha sido obra de un grupo islamista radical, al que no le parece bien que esta música sea interpretada en un antro de infieles.” Pero no. Había sido causado por un fallo de Iberdrola. Tras la conmoción, el público fue acallando progresivamente sus quejas y sus exclamaciones, y desde la oscuridad emergió una débil música: los músicos seguían interpretando el tema. De tan natural, el silencio se hizo sobrenatural. La luna, oportunista, aprovechó para hacer su aparición.

    Tras un parón de diez minutos y las oportunas excusas de Alberto Nieto, director del festival, el grupo retomó la actuación como si nada hubiera ocurrido, con la misma garra y la misma intensidad con las que comenzó. Fue un concierto perfectamente orgánico, como un solo tema en el que los patrones se repetían: pausadas introducciones líricas a cargo, indistintamente, del laúd, del piano o de la voz, entradas y salidas del grupo en pleno, insistencia en los ritmos, las figuras, los tránsitos y las melodías. Pero el máximo protagonismo no fue sólo de Dhafer Youssef. El joven y virtuoso pianista armenio Tygran Hamasyan gozó en todos y cada uno de los temas de amplísimos espacios, y Chris Jennings y Mark Giuliana exhibieron una sólida presencia durante todo el concierto. Entre todos reinó siempre la complicidad, pero en algún momento tuve la impresión de que los músicos se sentían unos grados más libres tocando en trío que en cuarteto.

     



    Por nuestros oídos y nuestras almas desfilaron temas con títulos tan místicos como literarios: “Odd Elegy” (uno de los temas que más me gustó), “Sura”, “Khamsa”, “Les Ondes Orientales” (con evidentes aires del jazz-rock de los 70) y “Odd Poetry” (un tema apoteósico perteneciente a su cuarto disco, Divine Shadows). Aparte de lo dicho, tan sólo una objeción: en “Khamsa”, una pieza con connotaciones arábigo-andaluzas, Mark Giuliana intercaló un solo de batería que podría haber constituido un tema aparte, pues, en mi humilde opinión, se alejó notoriamente de su cadencia y su estructura y lo partió por la mitad. Comenzó tomando un rumbo incierto para acabar convirtiéndose en un frenético alarde técnico de caja con una base de bombo harto elemental.



    En fin… Desde que se anunció la programación de la presente edición de Jazz San Javier, el del Dhafer Youssef Quartet había sido para mí uno de los conciertos más codiciado. Por suerte, después ha habido sorpresas extraordinarias, como el descubrimiento de Itamar Doari , el percusionista que acompañó a Avishai Cohen en los albores del festival, un músico de otro planeta capaz de obrar milagros con sus manos; pero hace tres años había escuchado a Dhafer Youssef por vez primera, tocando a dúo junto al inconmensurable guitarrista Wolfgang Muthspiel (con quien acababa de grabar el álbum Glow) en un concierto íntimo y ante un aforo de no más de cien personas, y se me habían saltado las lágrimas de puro gozo físico, psíquico y espiritual, de manera que ansiaba desde entonces un reencuentro con su música benéfica y redentora. Ahora puedo corroborarlo. Dhafer Youssef navega un mar de orillas y las une, transgrediendo y aboliendo los límites más incoherentes y testarudos. Su voz es un milagro, una resurrección; su música nos arrebata y nos exprime el corazón para extraer lo mejor de nosotros mismos. Cuando abandoné el auditorio, tuve la sensación de haber vivido otra vida durante poco más de hora y media, en ese otro mundo posible en el que siempre me gustaría vivir…

    Texto © 2010 Sebastián Mondéjar
    Fotos © 2010 Rafa Márquez