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BRUSSELS JAZZ MARATHON

  • Fecha: 25 al 27 de mayo de 2012.
  • Lugar: Bruselas (Bélgica).
  • EL BULLICIO NACIONAL

    Con nombres como Philip Catherine, Jef Neve, Pascal Schumacher, Manu Hermia, Lift, Eve Beubens, Maarten Decombel, Bart Defoort, Rêve d'Éléphant Orchestra o Moustaches de l'Espace el Brussels Jazz Marathon apuesta de forma clara por el producto nacional, hasta el extremo de diseñar un programa casi en exclusiva con artistas locales. Los pocos grupos internacionales que se dan cita en la capital belga son, además, bandas emergentes de países europeos. No en vano, hasta el año pasado era común la actuación de una banda española, en concreto del grupo vencedor del Concurso de Jazz de Barcelona. No es de extrañar que al periodista ibérico le sorprenda un concepto de festival inconcebible en nuestro país, salvo excepciones, y más cuando encima el Brussels Jazz Marathon goza de una envidiable popularidad, con una Grand Place llena hasta los topes de atentos aficionados y locales de todo tipo —bares, galerías, centros culturales, etc.— ofreciendo música en vivo a destajo, pese a que en muchos de esos lugares suenen en realidad bandas de rock, salsa, música africana y otros derivados propios de muchos certámenes de jazz. Pero las propuestas de jazz siguen siendo las protagonistas de la fiesta, se trate de exquisiteces o de apuestas de dudosa calidad.

    He aquí una pequeña crónica de lo que el enviado especial pudo digerir en tres jornadas de frenética actividad:

    Día 1: Glorias y promesas


    Philip Catherine

    Abrió el fuego una gloria nacional, Philip Catherine, que salió a escena flanqueado por un trío base de campanillas. Completaban la banda un bajista y contrabajista discreto y efectivo, Philippe Aerts, un baterista de técnica depurada, Antoine Pierre, y, sobre todo, un pianista soberbio, el italiano Nicola Andrioli, autor de algunos de los mejores momentos de la velada. Como era previsible, Catherine ofreció un repertorio conformado por estándares, en este caso en su mayoría del genial Cole Porter. Piezas como “From This Moment On”, con la que abrió la sesión o “So In Love”, con una sorprendente introducción pseudo-groovera, sonaron remozadas y vibrantes. No faltó una interpretación del popular “Francis' Delight”, firmado por el compositor belga, y un bello tema del pianista Andrioli, de título “Lost Land”, a modo de bis. Catherine optó por desgranar un repertorio canónico, quizás concesivo, pero con momentos brillantes, como para convencer al más refractario de los aficionados al jazz clásico.



    Lift

    Antes de la actuación estelar del guitarrista Catherine, abrió la tarde el quinteto Lift, la banda ganadora del bruselense Concours XL Jazz, con un disco en ciernes y una actuación, la temporada pasada, en la barcelonesa sala Jamboree, como se encargó de recordar la presentadora del acto. A medio camino entre el lirismo y la finezza , Lift interpretó un repertorio melodioso, sazonado por la vestimenta que lucían las diferentes piezas, el buen nivel de los instrumentistas y el carácter envolvente de la propuesta. Destacó sobre todo el discurso maduro del joven pianista Dorian Dumont y el fraseo seductor del trompetista Thomas Mayade. Se echó en falta que Emily Allison, la vocalista, que en la mayoría de los temas ejecutaba melodías sin letra, se atreviera a cantar más piezas con letra. Lift, una banda promesa con modos de lo que podríamos calificar de jazz europeo —si es que alguna vez ha existido como tal— regaló al respetable momentos de extrema brillantez, en piezas como “Calidoscope”.

    La tarde-noche finalizó con una sesión de soul-pop edulcorado a cargo de la cantante Jennifer Scavuzzo y su séquito.

    Día 2: del Floreo al Flagey

    Seis de la tarde. Inexplicablemente, en el centro de Bruselas cae un sol más propio del mes de agosto en Barcelona que de la casi siempre nublada Europa civilizada. En la esquina de dos calles cercanas a la plaza de Sainte-Catherine, en una zona de aspecto deprimido, se halla el Floreo, un pequeño café añejo, de los que casi no quedan en Barcelona. En un rincón de ese bar simpático, que cantaría el añorado Ovidi Montllor, se ejercitaba el trío del jovencísimo trompetista Adrien Volant, ante una audiencia informal pero sumamente respetuosa. ¡Qué silencio! ¡Qué envidia en comparación con lo que sucede en algunos de nuestros locales jazzísticos! Instrumentista de factura clásica, Volant se lanzó a la senda del estandarismo, con una ejecución expresiva pero pulcra, elegante y cadenciosa, lejos del aspaviento pero sin renunciar al toque energético. Un equilibrio minucioso en manos, también, de una banda compenetrada y sin instrumentación armónica, en la que sobre todo destacaba el discurso creativo del contrabajista en funciones, Danielle Capucci, puesto que sustituía al titular Hugo Antunes.

    Casi a la misma hora en que se desgañitaba un rockero tatuado en la popular plaza de Sainte-Catherine, en la otra punta de la ciudad, en el centro cultural Flagey, situado en la también populosa plaza de Sainte-Croix, acontecía uno de los momentos clave del cartel de la edición en curso: un concierto a piano solo del jazzman joven más internacional de Bélgica: Jef Neve. En su día, algún plumilla calificó la música de Neve como “un cruce entre Mozart y Monk”. Más allá de tan socorrida ocurrencia —ya se sabe que todas las comparaciones son, dicen, odiosas, y es por ello que servidor no acostumbra a asociar a ningún jazzman con otro de su especie—, lo cierto es que la música de Neve destaca —o al menos eso ocurrió ese día— por la profundidad de su fraseo, por el tono entre lírico y misterioso de algunos de sus pasajes, por el carácter evocativo de su discurso. Que me perdonen los menos entusiastas, pero para un servidor fue una delicia asistir a un recital que abrió con un tema arpegiado de aúpa. Siguieron piezas como la balada “Sophia”, “Endles DC” o una magistral versión de “Lush Life”. Fue un set de poco más de una hora, repleto de detalles de orfebrería jazzística, en manos de un pianista, quizás controvertido por el tono excesivamente melodioso de algunas de sus piezas, pero sin duda de largo recorrido. Lo demostró con creces en su sublime piano solo.

    Día 3: el domingo de los Lundis d'Hortense

    Como colofón del certamen, la Grand Place, que el día anterior había sido pasto de propuestas como Da Romeo & The Crazy Moondog Band, en la línea más ortodoxa del jazz fusión, fue el escenario de la selección propuesta por Les Lundis d'Hortense, una muy activa asociación belga de músicos que tanto organiza una gira con jóvenes promesas locales como un curso de verano, o da apoyo al sello Mogno Music. Entre los grupos propuestos por los hortensianos se encontraba el cuarteto del vibrafonista Pascal Schumacher, que se centró en los cortes de su último CD, Bang My Can (Enja). A caballo del ecemismo más placido y el sinfonismo clásico, Schumacher presentó buena parte de su repertorio en forma de una suite en la que se recreaba con tensiones y resoluciones volcánicas. Una banda compacta acompañaba a un músico detallista, capaz de caer en un lirismo a veces plúmbeo, pero también de construir un universo sonoro de majestuosas proporciones.

    Para poner punto y final a la cita bruselense nada mejor que una banda cuyo nombre, Rêve d'Éléphant Orchestra (la Orquesta del Sueño del Elefante), promete una sesión en las antípodas de la finezza . Tres bateristas, un tubista, un flautista, un trompetista y un guitarrista para una fiesta con ingredientes de jazz de vanguardia, groove, brass band y, directamente, músicas de las llamadas étnicas. Una descarga de adrenalina rítmica con momentos lisérgicos, rasgueos crujientes, melodías bellas, unas veces, laberínticas, otras. Una delicia, vaya.

    Día 4: La digestión

    No hubo cuarto día, sino una necesidad imperiosa del cronista de digerir las múltiples horas en las que había deambulado por una muy mínima parte de las casi 200 actividades que proponía el Brussels Jazz Marathon 2012. Y si bien es cierto que tan alto volumen de citas es indigerible, también lo es que, gracias a esa actividad bulliciosa, el certamen alcanza un nivel de popularidad casi desconocido en estos lares. Porque si bien en muchas ciudades españolas se “respira jazz” durante la celebración de un acontecimiento dedicado a las músicas afroamericanas —por decirlo de algún modo—, también es cierto que en escasas ocasiones se trata de certámenes cuyo singularidad sea la de potenciar el jazz en la vía pública y en salas de pequeño formato, ah, y con casi todo el cartel ocupado por artistas nacionales. Envidia produce la respuesta entusiasta de un público masivo, de lo más variopinto, dispuesto a gozar de una sesión de jazz en vivo. En este sentido a uno le viene a la memoria la experiencia del hoy fenecido Festival Internacional de Dixieland de Tarragona, con una estructura similar al Brussels Jazz Marathon. ¿Se imaginan por un momento una ciudad grande de nuestra geografía con un festival gratuito de casi 200 sesiones de músicos españoles, en 65 locales de pequeño formato y en las plazas y calles más emblemáticas de esa localidad? ¿Quién se atreve?

    Texto: © 2012 Martí Farré
    Fotografías: © 2012 Johan Van Eycken