KEITH JARRETT

  • Título: Tokyo Solo

  • Sello: ECM 987 3186

  • Año: Grabado en directo el 30 de octubre de 2002

  • Comentario: Con una presentación austera, elegante y marca de la casa, el sello alemán ECM se estrena en el lanzamiento del formato DVD con esta primera producción, para la que ha elegido a su artista fetiche, al más laureado y rentable de todo su amplio catálogo. El pretexto: un concierto más (según rezan los créditos, el nº 150) del pianista en la tierra del sol naciente. No me detendré en exceso en la calidad de las imágenes y los aspectos técnicos derivados, aunque sí creo oportuno comentar que, tanto la realización –en la que se utilizan pocos planos pero muy expresivos– como la elección del blanco y negro, redundan en una estética acorde con la música y la personalidad de Jarrett, sobradamente registrada en la filmación. El espíritu minimalista y zen que se respira desde el primer fotograma refleja el buen hacer del equipo japonés encargado de la tarea: una cuidada puesta en escena (ni siquiera el piano se asienta sobre una alfombra que rompería con la parquedad decorativa) y, en fin, pocos elementos pero bien combinados. Esa sobriedad –que también acentúa el solipsismo de Jarrett y la magnitud de su talento–, vela al espectador buena parte de esos elementos: tendremos que avanzar bastante en el disfrute del DVD para advertir la presencia del público o para contemplar en su totalidad el escenario. Hasta ese momento de apertura podemos tener la sensación claustrofóbica de ver a Jarrett en una suerte de laboratorio aséptico creado a la medida de su ego.

    Entrando ya en materia, he de decir que comprendo a los eternos detractores de Jarrett, pero, a pesar de mis reservas respecto a algunos aspectos de su obra y trayectoria, nunca seré uno de ellos. Debido a su vasta producción y a la pléyade de pianistas interesantes que aparecen y desaparecen por la escena internacional es muy común, incluso entre sus incondicionales, dejar a un lado a Jarrett durante largas temporadas. En mi caso, la última y única vez que escuché un piano solo de Jarrett en directo fue en el Festival de Jazz de Madrid de 1988. Con este Tokyo Solo, me he reencontrado con muchas sensaciones de aquel concierto y, ahuyentando mis temores, con una obra si cabe más consumada, más redonda y en la que el pianista ha eliminado elementos superfluos de su antigua verborrea sobre las teclas, metamorfosis que puede observarse desde su nocturno y soberbio The Melody at Night, With You. La concepción del concierto sigue siendo, como aquella noche de 1988, la de un espectáculo de música clásica: dos partes a modo de suite y las consabidas propinas de corte más popular. En esas dos partes, que son el corpus central y el verdadero terreno para la retórica imaginativa del estadounidense, éste se explaya dando rienda suelta a su ascendencia musical. De hecho, sus guiños a toda la música clásica, al barroco y al romanticismo (el corte “1a”, por ejemplo, recoge toda la herencia posterior a Chopin), más que guiños son en realidad la expresión de una opción personal dentro de la Third Stream. Nos encontramos ante un artista que improvisa en directo ideas propias de la órbita clásica: algo así como si Schumann improvisase en vivo una de sus sonatas y, una vez registrada, se ocupase entonces de escribirla sobre el papel pautado. Su esquema organizador también sigue siendo el mismo de antaño: toma una idea y comienza a dar vueltas en torno a ella hasta sentirse cómodo y entonces la explorara hasta sacarle todo el jugo posible, exponiendo para tal empresa todo su catálogo de recursos. Y, aunque esa estructura un tanto lineal y previsible es evidente en algunos temas (especialmente en “2e”), todavía hay lugar a la sorpresa. Sirva de botón de muestra el tema “1c”, en el que se disfraza de un Cecil Taylor que, sin embargo, acaricia el piano, para desembocar en una canción romántica conmovedora. En “2d” un comienzo ultraminimalista en el que apenas se muestran notas sueltas para establecer intervalos llevan a Jarrett a quedarse en blanco y provocar la sonrisa y complicidad del público, al que contesta con una elegía de corte americano sublime. Los tres standards de propina merecen elogios superlativos: cada nota encierra una cápsula de sentimientos y ninguna es superflua. En fin, me alegro de haber vencido la pereza de volver a escuchar al maestro en solitario. Me ha gustado todavía más que entonces.

    Quinito L. Mourelle



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