Hace un tiempo recibí la llamada de Joachim Khün: “tienes que escuchar a este chico”. A Joaquim siempre hay que hacerle caso, por principio y porque rara vez erra el tiro. Con Ramón López fue lo mismo: “he conocido un baterista que no te lo vas a creer”, y ya ven. Pues bien, el chico en cuestión se llama Andrés Coll y tiene 23 años. Y toca la marimba.
“¿Ha dicho Vd. la marimba?”
El instrumento de origen incierto, quién dice que nació en África, quién en México, cuenta con una tradición en el jazz semejante a la de la bandura ucraniana o el octobajo. Andrés, el chico, toca una versión moderna del instrumento electrificada y con un cartelito en la parte frontal anunciando el nombre del fabricante. La cosa, que el tocar la marimba, le ha llevado a Andrés, desde su cubículo ibicenco al Auditorio Nacional, en Madrid, para solaz de quien suscribe (véase No es lo que parece), y al Enter Enea Festival, en Polonia, donde ha grabado este, su primer disco como líder. Porque uno puede ser ibicenco y sentirse en casa tocando en un lago rodeado de bañistas y pajaritos revoloteando sobre la testa mientras se preguntan qué clase de instrumento está tocando ese chico. Cuenta el susodicho en las notas al disco, que es posible escuchar el piar de los animalitos por entre las estrías del disco. Yo, lo reconozco, no escucho nada. Será mi equipo, que no da para tanto.
Esto de los pajaritos tiene su importancia. El pajarito, en Coll, constituye una especie de metáfora, un símil poético o un deseo larvado: Andrés – suimanga (sunbird, en inglés) remontando el vuelo en dirección al astro solar/Ra, en un viajar por el lado luminoso de la existencia. Cuenta el interesado que su música “muestra la posibilidad de aceptar los momentos de caos perdiendo el temor a la muerte”. Andrés es mediterráneo y estoico vía Jiddu Krishamurti; ibicenco y universal y, como tal, no necesita viajar a ningún lugar para llegar adonde sea. Desde su observatorio en Sa Talia (475 metros sobre el nivel del mar), Andrés observa el mundo, y el mundo le observa a él. De su encuentro con Joachim Khün – los extremos, en Ibiza, se juntan irremediablemente – salieron los integrantes del cuarteto Odyssey, “una banda única e internacional tocando un estilo de música que nunca se ha escuchado” (Kühn). Un ibicenco, un alicantino residente en Francia, un polaco y un marroquí. De la diversidad nace la fuerza, la singularidad, y ese avant groove que es ibicenco y de ningún lugar, norteafricano y ancestral, y bizantino, por lo que tiene de solemne y ceremonial. Así, en “Es credo”, la interpretación que abre el disco, basada en una melodía tradicional de Las Pitiusas que Andrés hace suya. Es escuchar la pieza y venírsele a uno los aires tórridos y líricos de la calima ibicenca, el olor a romero y hierba santa, la salinidad espesa de la mañana acariciando la epidermis de la turista de cabellos dorados mientras toma el sol como Odín la trajo al mundo. Lo que resulta de aplicación para la segunda composición tradicional ibicenca, “Sa Llarga”, surgida del encuentro entre la batería (Ramón) y las castañuelas (Andrés), que es decir entre el jazz/la improvisación y el folclore entendido en un sentido amplio, todo ello contemplado bajo el prisma luminoso/jovial que constituye la marca de la casa. Alguno diría que escuchar a Andrés Coll nos hace mejores personas, y hasta puede que sea cierto.
El interés de Andrés por los sones de su tierra, que es menos musicológico que vivencial sin dejar de ser lo primero, le ha conducido hasta el Magreb y la música gnawa, en cuyas cadencias vislumbra el marimbero una relación de consanguinidad producto de un hipotético origen común que bien pudiera ser cierto como no serlo (los mitos nunca son falsos porque tampoco son verdaderos, como sostiene Manuel Mandianes). De aquí, la pulsión en Coll, que le lleva a viajar tierra adentro en busca del origen de las especies, el canto primitivo del griot, el sexo abierto del cuadro de Gustave Courbet. Andrés es joven y se mueve por impulsos, o por espasmos, como suelen hacer los jóvenes, y esa vehemencia juvenil le lleva hasta un “blues del Sahara” de propia creación. Y es él, y es Majid Bekkas, su voz sedosa y su kalimba, su piano de mano, o sea, y Ramón López, en un conjugar su natural exuberancia con una discreción/un señorío propios/as de quien luce la insignia de Oficial de las Letras y las Artes de Francia en la solapa. La pieza, “Lando”, procede del repertorio tradicional gnawa, y ha sido adaptada por el propio Bekkas, así como las subsiguientes “Balini-Youmala” y “Sandia” (sin acento en la “i”), auténtica pièce de résistance del disco, con el padre de la criatura multiplicándose por 3.6 (uno se pregunta cuántos “Andrés Coll” hay en Andrés Coll) para terminar saliendo despedido en dirección a alguna galaxia lejana (a Coll conviene verle tocando en vivo y no sólo escucharle). Hay en Coll ese impulso incontenible que es el fruto de la pasión y los pocos años, de ahí que cada solo suyo devenga una pequeña muerte, o un orgasmo descomunal. Rahsaan Roland Kirk le puso un nombre a eso mientras vagaba, borracho, por las callejuelas de Dalt Vila: “bright moments”.
”Dragonfly”, original de Mateusz Smoczynski, es la pausa psicodélica que refresca, valga la paradoja. Su título hace referencia al apellido del compositor, traducible libremente como “el vuelo del dragón”, lo que viene a cuento del prólogo en tono apocalíptico, con Smoczynski imitando el vuelo de un abejorro enloquecido; que podría haber sido un moscardón, como en Korsakov, o un felino de alta gama, como en Mahlathini, pero, hay que reconocerlo, el abejorro de Smoczynski no se queda atrás.
El disco, breve y, por ende, dos veces bueno, finaliza con la única pieza compuesta por el titular del mismo. “The sun shines”, su título lo dice todo, es una llamada al arrebato, al trance (todo el disco lo es, de alguna manera), con un punto roquero que, según cuenta el bigotudo marimbero, vino por sí solo y sin ser buscado de propósito. Y es Coll asentando firmemente sus pies en el terruño para perderse en las esferas de donde procede toda expresión musical (véase Johannes Kepler): “al final resultó ser que el ritmo del tambor ibicenco lleva en su ADN lo que llamo la ‘’clave universal’’ un patrón rítmico que se encuentra en las músicas de todo el mundo, Marruecos, Brasil, Cuba, África,.. y como no, el rock también”. Con lo que se demuestra que hay otros mundos, pero están en Ibiza.
Tomajazz: © Chema García Martínez, 2024
Andrés Coll Odyssey: Sunbird
Andrés Coll, marimba eléctrica, castañuelas; Majid Bekkas, guembri, kalimba, voces; Mateusz Smoczynski, violín, violín barítono; Ramón López, batería, tabla;
Grabado en vivo el 4 de junio de 2023 en el Enter Enea Festival (Poznan, Polonia). Publicado por Balaio Records en 2024.
Más información
https://andrescollodyssey.bandcamp.com/album/sunbird
https://www.tomajazz.com/web/?s=andres+coll&submit=Search
Chema García en Tomajazz
https://www.tomajazz.com/web/category/_chema-garcia-martinez/
Un álbum genial!!!!
Fusión de musicas, ritmos espectacular.
Verlos en directo es una transmutación de energías muy potente. El trance está asegurado.